La polémica «Camino» triunfa en los Goya

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La película, que cuenta con un abultado presupuesto (5 millones de euros), se presentó previamente  en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián donde no convenció al Jurado y no se llevó ningún premio. Sin embargo, curiosamente, en la edición de los Goya de este año ha recibido el mayor número de galardones.

 

( Aceprensa) Camino es una niña de 11 años guapa, alegre e imaginativa. Vive en Madrid y estudia en un colegio de monjas. Un día comienza a sufrir fuertes dolores de espalda y, poco tiempo después, le diagnostican un gravísimo tumor.

La película recorre los últimos días de vida de Camino, que se debaten entre el mundo tenebroso que representa su madre, una mujer de fe que pertenece al Opus Dei, y la esperanza que le producen tanto el cariño incondicionado de su padre como su enamoramiento por un chico al que acaba de conocer.

Javier Fesser cambia de registro para narrar una historia dramática con un fondo muy amargo de crítica religiosa. En el fondo, el cambio de registro es relativo porque Fesser, al igual que en El milagro de P. Tinto o la gran aventura de Mortadelo y Filemón,  sigue instalado en la caricatura, aunque haya declarado que ha hecho una radiografía.

El problema es que el material del que parte Fesser no es un personaje de ficción sino una persona real: Alexia González-Barros, una chica madrileña que falleció a los 14 años después de una dolorosa enfermedad y que actualmente está en proceso de canonización.

Desde su óptica, que él mismo define de “ateo practicante”, Fesser ha hecho una peculiar adaptación de las tres biografías que existen sobre Alexia González-Barros. De estas biografías ha recogido datos, anécdotas y hechos reales que ha troceado, censurado y deformado para construir la parodia que buscaba. Una caricatura que afecta sobre todo a la familia (una madre obsesiva, una hermana sin voluntad propia y un padre tan bondadoso como pusilánime), al Opus Dei (presentado como una institución retrógrada y machista formada por cortos mentales) y, en definitiva, a la Iglesia católica y a su doctrina.

El mensaje en ese sentido es claro: Dios no existe y quienes creen en Él y valoran realidades como la oración, el sacrificio o la vida eterna son, o unos malvados, o unos ilusos.  La cinta cuenta con unas buenas interpretaciones, especialmente la de la niña Nerea Camacho, y es muy emotiva. Juega en su contra una enfática y sensiblera música y una presentación hiperrealista –cruenta– de las intervenciones quirúrgicas (hay escenas simplemente insoportables).

Por otra parte, la beligerancia de Fesser hace un flaco servicio a una película que, a pesar de su base real, resulta poco creíble, tanto por el dibujo maniqueo de algunos personajes –construidos con un solo registro–,como por la caprichosa y deficiente ambientación o algunas curiosas decisiones de casting (¿por qué a Alexia le llama la atención un niño tan llamativamente infantil?). En algunas escenas la saña de los ataques y lo burdo del esperpento causan vergüenza ajena.

A película vista se entiende –aunque sigue resultando triste y rastrero este modo de proceder– que Fesser no haya querido en ningún momento ponerse en contacto con la familia González-Barros. Para insultar y calumniar no se suele pedir permiso.

El problema es el precedente que puede sentar una película como esta, que, para criticar unas ideas y unas instituciones, irrumpe a patadas en la tragedia de una familia.

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