El anuncio de que el Partido Comunista Chino permitirá a las familias tener un segundo hijo fue acompañado de una importante aclaración: “para mantener la integridad nacional, es necesario aplicar medidas punitivas a aquellos que infrinjan las políticas de planificación familiar”. Traduciendo: dos niños sí, pero no más. A partir del tercero seguirá habiendo sanciones.
Fuente: The New York Times, Spiked.
Las reacciones en los medios han sido variopintas. Algunos comentaristas han criticado el autoritarismo que subyace tras la nueva normativa. Por ejemplo, Sheng Keyi, una novelista china que mientras trabajaba en un hospital pudo ver las brutalidades cometidas por la administración –abortos forzados, esterilizaciones masivas–, explica en The New York Times que, a pesar del cambio en la legislación, el Estado seguirá “interfiriendo en la decisión de la mujer sobre su cuerpo”.
Pero las críticas no solo se dirigen al gobierno chino. En un artículo en Spiked, Tim Black culpa a los países occidentales de haber mirado hacia otro lado durante los años del hijo único en China. En ocasiones, incluso, han provisto de argumentos al régimen comunista, como cuando el ambientalista británico Jonathan Porritt sugirió que, gracias a esta política, el gigante asiático había librado la atmósfera de millones de toneladas de CO2. Más tarde, este argumento fue utilizado por el representante del Partido Comunista Chino en la conferencia sobre el cambio climático celebrada en Copenhague en 2009.
Black considera que, tras ciertos razonamientos ambientalistas o maltusianos, se esconde una instrumentalización del ser humano (en este caso, de su fertilidad) de la que Occidente es tan culpable como China. El error de fondo es poner los intereses del Estado por encima de la libertad de los padres.
Tanto el enfoque feminista de Keyi como el liberal de Black aciertan a desenmascarar el carácter autoritario de la nueva política china. Sin embargo, ambos adolecen de una forma de individualismo que, sin necesidad de una represión organizada al estilo comunista, ha producido en Occidente efectos parecidos a los del hijo único en China.
La poca valoración de la vida en sí misma lleva a que, si los niños ya no son rentables para el país, se recorten las ayudas a la maternidad. En Inglaterra, la Cámara de los Lores está estudiando una propuesta del gobierno que limitaría a los dos primeros hijos los beneficios fiscales que, hasta ahora, las familias reciben por cada nuevo nacimiento. El ejecutivo ha justificado la reforma por la necesidad de restringir el gasto público, pero otros piensan que va dirigida a reducir la natalidad entre los inmigrantes. Los representantes de varias confesiones cristianas y judías han firmado un documento conjunto pidiendo a los lores que no aprueben la medida: “cualquier legislación que mande el mensaje de que un niño no es deseado y valorado debe ser criticada.