Gail Dines, profesora de sociología en el Wheelock College de Boston y escritora del libro Pornland: How Porn has Hijacked our Sexuality (“Pornolandia: cómo el porno ha secuestrado nuestra sexualidad”), explica en un artículo para The Washington Post por qué se ha convertido en una activista antipornografía.
Gracias en parte a su trabajo de investigación, el estado de Utah aprobó recientemente una declaración que definía el consumo de pornografía como “una crisis de salud pública”. La medida ha sido criticada en algunos medios, que la consideran un movimiento para imponer una visión conservadora y moralista de la sexualidad.
Fuente: The Washington Post
Sin embargo, el planteamiento de Dines no tiene nada que ver con la moral, sino con la ciencia. El consumo de pornografía ha alcanzado niveles espectaculares: una investigación de 2013 decía que las principales páginas del sector recibían más visitas cada mes que Netflix, Amazon y Twitter juntas. De ahí que la investigación sobre sus efectos parezca razonable. No obstante, comenta Dines, la industria del porno se ha comportado como la del tabaco en su día, negando cualquier perjuicio de sus productos e inundando la opinión pública gracias a una bien engrasada maquinaria de relaciones públicas.
Con todo, varios estudios han hecho públicos temas como la violencia de muchos de estos contenidos, o la relación entre su consumo y la probabilidad de cometer actos de abuso sexual, físico o verbal. Por otra parte, el “porno vengativo” (personas que publican imágenes íntimas de otra persona a la que quieren dañar, muchas veces la expareja), ha provocado ya casos documentados de suicidio.
Dines recomienda una educación sexual (también en el ámbito de las escuelas) que sirva como antídoto a una forma de entender la sexualidad como supremacía sobre la otra persona.
La organización que dirige Dines, Culture Reframed, es solo una de las que se han propuesto denunciar los efectos perjudiciales de la pornografía en el tejido social. Otras son el National Center on Sexual Explotation (NCOSE) o el movimiento Fight the New Drug (FTND). Ambas ofrecen, además de un resumen de la investigación sobre el tema, iniciativas para influir en la opinión pública. Mientras que FTND se centra en campañas de marketing y relaciones públicas dirigidas principalmente a jóvenes, el NCOSE pretende influir más directamente en la legislación de los estados. También publica anualmente una lista (The Dirty Dozen) con doce empresas que, por distintas razones, están facilitando la pornificación de la cultura. En la de este año aparecen Amazon, la cadena de televisión por cable HBO (propietaria, por ejemplo, de la serie Juego de Tronos), la revista Cosmopolitan, Youtube o la aplicación Snapchat.
También en España ha nacido una iniciativa similar. Dale una vuelta pretende romper el tabú que frecuentemente impide discutir con profundidad los efectos de la pornografía. Se trata de abordar la sexualidad desde un tono positivo, y ofrecer ayuda concreta a quien quiera vivirla plenamente, sin el lastre del porno.