La revolución del lenguaje humano

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Una de las mayores conquistas de la inteligencia humana es el lenguaje simbólico, con su pasmoso poder de abarcar y comunicar la realidad. Porque todo lo abarco y todo lo puedo expresar mediante palabras. que reconocer, además, que abarcar el mundo con dos sílabas constituye un poder fascinante y una insuperable economía de esfuerzos, semejante a la que logro cuando entiendo lo que es un siglo sin necesidad de vivir sus cien años o cuando narro la historia del Imperio Romano en unas páginas. Esta superación de los límites de espacio y tiempo es algo exclusivo del entendimiento humano. La principal función del lenguaje es la comunicación.

El animal que se nutre y se reproduce cumple su cometido. Por eso no tiene casi nada que decir. En cambio, el hombre, en la medida en que piensa, sufre, ama, proyecta y trabaja, tiene mucho que decir. Pero, además, la insuficiencia biológica del individuo humano se supera en la sociedad, y la sociedad es completamente imposible sin comunicación. De entrada, las palabras de la madre serán, durante largos meses, el primer mapa del mundo que el niño va a conocer. El lenguaje es quizá el principal medio de humanización y socialización. Y lo es por su capacidad de transmitir con fidelidad y rapidez una enorme cantidad de información. La inteligencia humana es capaz de encerrar millones de toneladas de roca en un símbolo que se escribe o se pronuncia con suma sencillez: cordillera. Todo lo puede simbolizar la inteligencia: lo grande y lo pequeño, lo subjetivo y lo objetivo, lo pasado y lo futuro. Al reducir los seres a letras o sonidos, opera en ellos una nueva y eficacísima formalización, que libera a la realidad de sus gigantescas dimensiones. Todo un Cosmos limitado en el espacio y en el tiempo es reducido por el lenguaje a un manejable Universo de bolsillo.

El lenguaje ofrece una incomparable demostración de inteligencia: el ser humano habla porque tiene lengua, pero principalmente porque posee inteligencia. La explicación es clara. Toda palabra se expresa en una dimensión física (el sonido), pero su significado no es de ninguna manera algo físico, puesto que el mismo sonido, que es palabra para el que lo entiende, es ruido para el que no lo entiende. Por tanto, es en el oyente, y no en el sonido, donde se produce la metamorfosis del sonido en signo. De ahí que la palabra sea una realidad que se sale de lo puramente físico, y que todos, al hablar, pisemos un terreno metafísico sin darnos cuenta de ello. Es tradicional pensar que el lenguaje debe su inteligibilidad a la psique humana, y que la dualidad observada en las palabras no es más que un reflejo de esa otra dualidad metafísica de la naturaleza humana: un cuerpo organizado por una forma espiritual. Más que un invento, el lenguaje es un desarrollo necesario de una capacidad innata del hombre.

Lo que sí es un invento, y de trascendencia colosal, es la representación gráfica del lenguaje hablado: la escritura. Cuando el hombre prehistórico inventa la escritura está realizando un descubrimiento de incalculable importancia. Si en la carrera del progreso humano pudieran medirse los pasos, quizá ninguno más largo que este. La escritura consigue la misma posesión simbólica de la realidad que la lengua oral, pero aporta una enorme ventaja: su ilimitada capacidad de comunicación. Antes de que el siglo XX hiciera del mundo, gracias a los medios de comunicación audiovisuales e informáticos, una gigantesca aldea global, solo la escritura –no la voz– era capaz de cruzar fronteras, atravesar océanos, unir continentes y poner en común los mejores hallazgos intelectuales procedentes de cualquier punto del Planeta. Así pues, la carrera del progreso ha multiplicado su longitud y su velocidad gracias a la comunicación escrita. Sin la escritura los hallazgos técnicos o culturales quedan aislados. Con ella, en cambio, se suman. Y en lugar de recorrer todos los seres humanos la misma distancia, se unen los esfuerzos individuales como en una carrera de relevos, y se llega más lejos en menos tiempo.

Sin lenguaje, el desarrollo humano hubiera sido casi inexistente, y solo con la lengua hablada hubiera sido lentísimo: piénsese, por ejemplo, en las dificultades que plantearía a la investigación y a la enseñanza la inexistencia de textos escritos. Por consiguiente, además de un portentoso invento, la escritura ha sido y es una de las condiciones más necesarias del progreso. Y es precisamente el hombre primitivo, no el moderno, quien hace este descubrimiento genial, que le permite salir de la Prehistoria por la puerta grande.

En palabras de Chesterton  «en un momento dado, tan lejano que escapa a la ciencia, se produjo un salto que no pudo quedar recogido en piedras ni huesos, y apareció el alma humana,  pues el salto a la razón y a la libertad no constituye una evolución, sino una revolución. » 

El lenguaje humano, tanto oral como escrito, es quizá la expresión más genuina de esa gran revolución

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