La sangría demográfica en España

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Un país sin hijos es, sin duda, un país en cuyo futuro cuesta mucho creer

El Adelantado de Segovia del pasado miércoles, 31 de enero, nos informaba que la natalidad en Segovia había alcanzado un nuevo descenso. Si antes del año 2000 se producían más de 1.100 alumbramientos, el año pasado no llegamos a los 900, lo que representa una cuarta parte menos. Esta drástica disminución de la natalidad, se hace también patente en las demás provincias de nuestra comunidad autónoma, convirtiéndola en una de las más bajas de España. Lo mismo sucede a nivel nacional, situándonos como la segunda tasa de natalidad más baja de la Unión Europea.

Esta triste realidad, es un alarmante grito de alerta de que algo no funciona correctamente en la sociedad española. Un país sin hijos es, sin duda, un país sin futuro o, al menos, un país en cuyo futuro cuesta mucho creer.

Sin embargo, su importancia para la sociedad contrasta con la insuficiente apuesta en general de las administraciones por las políticas familiares. Las encuestas reflejan que la sociedad considera muy difícil formar una familia y la mayoría de las mujeres reconoce, según el INE, que desearía haber tenido más hijos de los que ha tenido, pero que las ayudas para fomentarlas no son suficientes.

Ante estas dificultades, parece ser que los padres han modificado sus prioridades. Han cambiado a los niños por los perros. Sí, suena un poco duro, pero los datos están ahí. En las últimas décadas los chuchos pasaron de ser animales con una función determinada, a ser compañeros de vida y miembros de la familia. En términos absolutos en España hay 6.654.130 menores de catorce años y 9.280.821 perros, por lo que hay casi 1,5 animales de esta especie por cada niño.

Además, somos un país envejecido en el que cada vez hay más ancianos y menos niños, con medio millón más de mayores de 65 años que menores de 20. Esta no es una visión negativa, porque en realidad que vivamos más es una buena noticia. El problema es que no nacen niños para reemplazar a los mayores. Y si seguimos así, mucho antes de que las pensiones sean impagables habrá crujido la sociedad entera por la imposibilidad del relevo generacional en trabajos cualificados, ante los problemas de soledad general y abandono de los mayores y por la falta de creatividad y vitalidad.

Sólo las migraciones están atenuando este vertiginoso envejecimiento. Pero estamos equivocados si pensamos que la migración va a ir resolviendo los problemas por si sola. Debemos tener una política de migración orientada a las necesidades del mercado laboral. Vamos a necesitar migrantes con unas capacidades y formación determinadas. Además, la natalidad no es solo una cuestión cultural. Las pautas de la natalidad migrante se adaptan rápidamente a las del país que los acoge. Son claves los incentivos en los países de origen.

Otro dato negativo a añadir a los datos demográficos, es que en España ya se producen más fallecimientos que nacimientos.

Por tanto, el problema de la despoblación en España es un simple problema aritmético. Basta con saber sumar y restar, para comprobar que si no tomamos las medidas oportunas los españoles somos una especie en peligro de extinción, como el lince o el águila real. Tal vez las características que nos distinguen de otros grupos étnicos no sean tan importantes como las del lince para distinguirlo de otros felinos o las del águila real para distinguirla de otras aves, y a nosotros cualquier otro grupo humano pueda sustituirnos con ventaja con la inmigración que nos invade, pero pensarlo me entristece.

En cierta ocasión, viendo un documental sobre el zoológico de Berlín, aparecía allí un burrito encerrado en un pequeño cercado, con un cartel que decía: “Asno de España”. Me dio mucha pena. Me hizo pensar, que, si no éramos capaces de conservar esta especie, y tantas otras en peligro de extinción, al menos lo seamos de conservar la nuestra, que fue capaz de descubrir un continente, crear veintidós naciones, navegar todos los mares y dar la palabra a quinientos millones de seres humanos.

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