En la sociedad actual se está dando, cada vez con más frecuencia, este modelo de educación, que no es bueno para la formación de nuestros hijos. Podríamos decir que la practican todos aquellos padres que “lo hacen todo por sus hijos, pero sin contar con ellos”, de modo que, sin darse cuenta, pueden llegar a anular su capacidad de actuar libre y responsablemente.
La sobreprotección se puede dar en cualquier familia, también en la nuestra, si no reflexionamos un poco sobre nuestra manera de educar. Pero suele darse preferentemente en estos contextos:
– Padres un poco mayores.
– Hijos únicos.
– Hijos criados mucho tiempo con los abuelos.
– Hijos de padres separados.
– Padres que pasan poco tiempo con sus hijos y tratan de compensar esa falta de tiempo con ellos.
– Padres que quieren ahorrar a sus hijos todas las carencias que tuvieron que pasar ellos a su edad.
Sobreprotegemos a los hijos si:
• Les solucionamos los problemas que ellos deben solucionar.
• Les evitamos el más mínimo sufrimiento, tanto físico como emocional.
• Les mimamos en exceso y no fortalecemos su voluntad ni su carácter.
• Hacemos habitualmente las cosas por ellos, bien sea porque nos falta la paciencia suficiente para enseñarles a hacerlas, bien porque nos resulta más cómo y rápido hacerlo todo nosotros.
• No les enfrentamos con sus responsabilidades y obligaciones.
Este tipo de conductas pueden convertir a nuestros hijos en pasivos e inmaduros, incapaces de tomar decisiones y de asumir responsabilidades. Los padres, evidentemente, buscamos la felicidad de nuestros hijos, pero debemos darnos cuenta de que este no es el camino más adecuado para conseguirlo.
Esta inmadurez se está extendiendo en la sociedad actual de modo preocupante. La actual mezcla de hedonismo, consumismo y sobreprotección está haciendo que muchos jóvenes dejen de tomarse la vida en serio y vivan en un permanente Síndrome de Peter Pan hasta edades cada vez más avanzadas. El problema de muchos jóvenes actuales es que entran en la adolescencia a los trece o catorce años, pero llegan a los veinticinco años (o incluso más) y siguen viviendo como meros adolescentes incapaces de tomar el timón de sus vidas.