La persona es constitutivamente un ser social. La naturaleza del hombre se manifiesta, en efecto, como naturaleza de un ser que responde a sus propias necesidades sobre la base de una subjetividad relacional, es decir, como un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse y de colaborar con sus semejantes y que es capaz de relacionarse con ellos buscando el conocimiento y el amor. Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas.
Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una característica natural que distingue al hombre del resto de los otros seres de la tierra. La actuación social procede de una característica particular del hombre y de la humanidad, la de una persona que obra en una comunidad de personas. Esto constituye, en cierto sentido, su misma naturaleza. La vida social no es, por tanto, exterior al hombre, sino algo muy íntimo y espiritual pues no puede crecer y realizar su vocación si no es en relación con los otros.
Sin embargo, a causa de la soberbia y del egoísmo, el hombre descubre en sí mismo gérmenes de insociabilidad, de cerrazón individualista y de vejación hacia los otros. Toda sociedad digna de este nombre, puede considerarse en la verdad cuando cada uno de sus miembros, gracias a la propia capacidad de conocer el bien, lo busca para sí y para los demás. Es por amor al bien propio y al de los demás que el hombre se une en grupos estables, que tienen como fin la consecución de un bien común. También las diversas sociedades deben entrar en relaciones de solidaridad, de comunicación y de colaboración, al servicio del hombre y del bien común.
Por otro lado el bien común depende, en efecto, de un sano pluralismo social. Las diversas sociedades están llamadas a constituir un tejido unitario y armónico, en cuyo seno sea posible a cada una conservar y desarrollar su propia fisonomía, diversidad y autonomía. Algunas sociedades, como la familia, la comunidad civil y la comunidad religiosa, corresponden más inmediatamente a la íntima naturaleza del hombre, otras proceden más bien de la libre voluntad.
Por ello con el fin de favorecer la participación del mayor número de personas en la vida social, es preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones e instituciones de libre iniciativa para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de las naciones como en el plano mundial.
Los poderes políticos no deben y no pueden limitar la legítima autonomía de la sociedad civil y su capacidad de organizarse.
Las reuniones colectivas o las manifestaciones masivas para defender, con fuerza, determinados valores esenciales como la unidad de la nación, deben ser escuchadas y tenidas en cuenta por los cuadros políticos. En este sentido la manifestación que ayer se desarrolló por las calles de Barcelona es todo un ejemplo de la gran potencia y capacidad de reacción de la sociedad civil.