La solidaridad más genuina tiene un nombre concreto: «caridad». A menudo la limitamos al ámbito de las relaciones con los más cercanos a nuestra vida cotidiana o como una actuación en favor del otro, y sin embargo olvidamos que es el criterio supremo y universal de toda la ética social.
Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, en realidad son hijos de la caridad. Cuando la convivencia humana se funda en la verdad, resulta ordenada y apropiada a la dignidad del hombre, cuando se realiza según la justicia, entonces se fundamenta en el respeto de los derechos y en el cumplimiento de los respectivos deberes y cuando es realizada en la libertad somos impulsados por nuestra misma naturaleza racional a asumir la responsabilidad de nuestra propias acciones. Pero cuando nuestra acciones están vivificadas por el amor y la solidaridad, se produce un planteamiento mucho más radical, pues sentimos como propias las necesidades y las exigencias de los demás personas.
Estos valores constituyen los pilares que dan solidez y consistencia al edificio de nuestro vivir actuar cotidianos y además determinan la calidad de toda acción e institución social. Porque la caridad va más allá que la justicia, la complementa.
No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia y la historia nos lo demuestra. La experiencia del pasado y nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma. La justicia cuando se aplica a las relaciones humanas debe experimentar una corrección por parte del amor.
Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones lograrán convencer a hombres y pueblos a vivir en la unidad, la fraternidad o la paz; ningún argumento podrá superar la apelación a la caridad. Para que todo esto suceda es necesario que se muestre la caridad no sólo como inspiradora de la acción individual, sino también como fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos.
En esta perspectiva la caridad se convierte en caridad social y política: la caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une.
La solidaridad con la que se responde aquí y ahora a una necesidad real y urgente del prójimo es, indudablemente, un acto de caridad; pero es un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria, sobre todo cuando ésta se convierte en la situación que padecen hoy un inmenso número de personas y hasta de pueblos enteros, convirtiéndose en una verdadera y propia cuestión social mundial.