El grupo Juntossalimos.es ha pasado de los gestos al trabajo, de los aplausos a un voluntarioso trabajo para auxiliar a las residencias de mayores.
Me dice Inés, «ya no sé ni cuánta gente tiene mi teléfono». Está satisfecha, es el número del más vale tarde que nunca. Dos completas desconocidas, María e Inés, se cruzan gracias a grupos de WhastApp y acaban repartiendo a 24 hospitales, 43 residencias de mayores, a centros de educación especial, parroquias o residencias de mujeres solteras más de 2.000 guantes, 1.000 almohadas y almohadones, 1.500 mantas, 200 soportes metálicos para bolsas de suero, 175 litros de gel hidroalcohólico y decenas de tensiómetros, termómetros de frente o pulsioxímetros.
En esto consiste la caridad o la solidaridad que tanta alergia le da a la izquierda, por ejemplo al exministro del PSOE José Blanco., que puso esto en un twitt
«No quiero que me bajen los impuestos y luego tener que pedir limosna y además estar agradecido. El Estado de Bienestar requiere recursos (la sanidad,la dependencia, los servicios sociales,la educación). Lo estamos viendo,cada segundo,en esta crisis. Más derechos y menos caridad .«
El dinero del que vamos a hablar sí tiene dueño, no como el público, que diría Carmen Calvo. Donaciones ajenas a la ideología, responsabilidad ciudadana y colaboración que no ha entendido de colores o bandos.
En estos momentos de feliz desconfinamiento, cuando las cifras de fallecidos son como tener un 11-M diario, el material sanitario sigue siendo escaso en los hospitales y sobre todo en las residencias de mayores, las grandes damnificadas por la covid-19. No acaba de llegar y en algunos casos el que llega es defectuoso, por ejemplo, los test del Gobierno de Sánchez. Nos cuenta María que acaba de colgar con el director de una residencia con 120 trabajadores y que los test les han dado un 80% de falsos positivos, «son de risa», añade.
El grupo Juntossalimos.es lo encabezan María Rico, dueña de una tienda de decoración con experiencia en departamentos de compras, e Inés Muñoz, bióloga estructural e investigadora, porque como dice «aquí todo el mundo puede arremangarse y ponerse». Inés Fernández y Victoria Manglano completan el cuadro de mando.
La historia empezó hace algo más de un mes gastando 3.000 euros en gel hidroalcohólico que entregaron en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid. A la semana llegó el de la Cruz Roja y el del ejército.
Ahora su donación estrella son las batas lavables a 90ºC, con lámina de poliuretano, «que por lo menos les sirven para más de una vez, porque en casi todos los hospitales hay lavanderías industriales». Han repartido casi 500 unidades. La bata cuesta cinco euros, voluntarios cortan las piezas en Zaragoza y otros las cosen en Madrid. Ya las usan en residencias, en el Hospital Infanta Sofía, en el Gómez Ulla, en La Paz o en el Ramón y Cajal. Hay que recordar que son cerca de 45.000 los profesionales sanitarios infectados, casi el 20% de los casos registrados.
Y más. Hace cuatro días han donado al servicio de geriatría del Hospital Puerta de Hierro termómetros de frente para hacer la ruta de las residencias. Solo tienen termómetros axilares que pasan de una persona a otra, con el riesgo que conlleva. Al igual que los pulsioxímetros, de dedo a dedo. Inés y María están buscando donantes para los monitorizados.
Estado de alerta en las residencias
Ambas claman auxilio para las residencias, «están diezmados, con más de un 20% del personal médico de baja porque estaba poco protegido, y siguen sin medidas». Con dolor narran lo que ocurre en las residencias regentadas de religiosas. «Lo de las monjitas es un punto y parte». Les llaman porque no saben dónde acudir, «mira es que me han dado tu teléfono, esta mañana hemos enterrado a la madre superiora…», relata Inés. «Te das cuenta que se quedan desamparadas». Otro caso, el de una residencia pública, que en estos dos meses ha recibido «para una plantilla de 50 personas, ocho buzos». «Piden desesperadamente a la población civil que les llevemos lo que podamos: calzas, gorros, pantallas de protección…».
María reconoce que al principio se «ponía a llorar» cuando leía los mails, «Se te caía el alma al suelo. Te da una pena terrible que seamos un país que salimos a aplaudir, que no vale para nada, y que no nos movilicemos para ayudar al que está sólo y sin medios atendiendo a nuestros enfermos».
Las enfermeras son las que han ido multiplicando una red que se ha extendido por todo Madrid y ha llegado hasta Segovia, Toledo o Salamanca. Antiguas compañeras de carrera se pasan la voz. Suena el teléfono: «Estoy trabajando en La Paz. ¿Eres tú la que nos puede conseguir… ? Son las que están al pie del cañón y saben lo que se necesita», afirma Inés.
«Las mascarillas deberían venderse en los Centros Comerciales en un programa de compra 10 y dona 10»
Juntos Salimos llevó a Ifema 1.500 mantas y edredones, 160 donados por Carrefour, «fue esa noche que nevó, toda esa gente ahí enferma pasando frío. Con la altura que tenían esos pabellones», recuerda Inés. «Otra empresa de Valencia también trajo mantas y almohadas. Contacté con ellos un domingo, me llamaron el lunes y el martes estaban mandando al Hospital de Fuenlabrada».
No pueden olvidar el caso de Sergio, un empresario autónomo que se dedicaba a alquilar material para eventos y ferias. «Le llamé un domingo por la tarde, necesito llevar a Ifema, al Ramón y Cajal, al 12 de Octubre y al Hospital del Henares percheros. La ropa está en el suelo y dificulta el paso de las enfermeras». El lunes lo estaba repartiendo personalmente en su furgoneta». Añade María: «Este hombre está arruinado». Otro ejemplo, dos cerrajeros, Javier y Roberto, que forjaron 200 soportes de suero porque las enfermeras contaban que estaban pegando las bolsas en las paredes. «A uno de ellos le tuvo que ayudar la Guardia Civil a recoger el material».
Colaboración a todos los niveles: Endesa acaba de donarles 10.000 mascarillas FPP2, de Renfe consiguieron auriculares y de NH Hoteles zapatillas. Juntossalimos.es coordinó el préstamo de 2.000 libros propiedad de la Universidad Politécnica de Madrid para crear la biblioteca «Resistiré» del Hospital de Ifema, a la que la Asociación de editores de Madrid ha concedido el premio Antonio Sancha.
Para una parroquia de Vallecas lograron un arcón congelador. Esta es la otra cara de la pandemia, la precariedad que sufren ya muchas familias. Por cierto, en esta parroquia se reparte un «un kilo de garbanzos con una mascarilla», cuenta María, «deberían venderse en los Centros Comerciales en un programa de compra 10 y dona 10. Que la mascarilla sea un derecho y un deber. Con la mascarilla salimos de esto». Es una pena que no lo tengan tan claro el Gobierno y su portavoz sanitario, Fernando Simón.
En la web Junstossalimos.es se puede seguir el día a día de este grupo caritativo, porque «la lucha contra el coronavirus no ha acabado. Lo importante es que la gente se anime a donar, porque se sigue necesitando y sobre todo en las residencias». ¿Y los sindicatos sanitarios? Pregunto. Me contestan, sí, «en alguna puerta nos han dicho, pero si esto lo tendría que hacer el Gobierno». «Claro», dicen, «pues si no lo hace, habrá que moverse». Así que dona, este es el pulso de nuestra sociedad.