De vez en cuando nos suelen sorprender con la políticamente correcta monserga de que todos somos iguales, cuando lo cierto es que queremos ser distintos, distinguirnos. Lo que sí exigimos es tener todos los mismos derechos, aunque todavía hay algunos que quieren tener más derechos que otros. Ahí están los insufribles independentistas.
El hombre único y el pensamiento único son un descarrío totalitario que por fortuna jamás se consigue imponer plenamente, aunque se intente ahormar el pensamiento de los niños desde su infancia más tierna, pues siempre que el hombre y la Naturaleza persiguen objetivos opuestos el hombre es derrotado. La Naturaleza ama la diversidad. No existen dos rosas iguales en todos los jardines del Mundo.
Es indudable que cada ser humano es único e irrepetible. Nacemos distintos y nuestras metas y nuestros objetivos son distintos, de acuerdo con nuestra personalidad y las circunstancias que la rodean. Somos distintos y no es malo que lo seamos. Si todos fuéramos tan inteligentes cómo Einstein ¿quién segaría el trigo? Y si a Einstein le hubieran obligado a seguir el ritmo del más torpe de su clase, no sabríamos que la energía es igual a la masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. Y, por otra parte, ¿quién fue más feliz de los dos?
Si nacemos distintos, y esta es una realidad innegable, para igualarnos habrá que restar cualidades a los mejores. Igualar es achatar, reducir. Igualar a los niños en el colegio se puede conseguir mutilando la inteligencia de los mejor dotados.
Una sociedad justa, lo más que puede pretender es ofrecer a todos las mismas oportunidades. Un concepto comprensible y justificable en base a criterios morales o éticos, exclusivos del ámbito del pensamiento humano, no del orden natural por supuesto, ya que en la naturaleza cada ejemplar nace con unas condiciones que le son propias genéticamente, dándole ventaja en un sentido u otro, lo cual tiene sin duda consecuencias a la hora de la supervivencia del individuo y su descendencia.
Por otra parte, afirmar, desde una óptica religiosa, una perspectiva espiritual, cristiana por supuesto, pues las demás religiones no participan de ese pensamiento, que todos los hombres somos “iguales”, es una clara referencia a la posición del hombre frente a Dios. En ningún momento se pretende imponer la identidad a todos los seres humanos, pues sería un absurdo fácilmente comprobable con simplemente abrir los ojos y ver a nuestro alrededor.
San Pablo nos dice al respecto, en la Epístola a los Romanos, que en Dios no hay acepción de personas, lo cual significa que Dios juzgará con justicia a todas las personas de manera imparcial. Que todos seremos pesados con el mismo peso y medidos con la misma vara.
El pretender igualar a los seres humanos reduciéndolos a una uniformidad en su proyección social, es tan ridículo como pretender hacerlo físicamente, y sin embargo se está intentando por todos los medios en nombre de un idealismo utópico.
Desde luego la Igualdad es uno de los temas que más preocupan al Gobierno Español, a la altura de la educación, la economía, la política exterior o el trabajo. Sin embargo, el artículo constitucional de que todos somos iguales ante la ley no siempre se viene cumpliendo. Nuestra estructura del Estado hace imposible que seamos iguales, ya que la división en comunidades autónomas es una fuente inagotable de diferencias y agravios comparativos. Por ejemplo cuando nos referimos a términos tributarios. No es lo mismo morirse en un sitio que en otro o heredar un inmueble en una localidad u otra. Lo mismo sucede con nuestro sistema electoral, en el que nuestros votos no son iguales, no tienen el mismo valor, como muestra nuestro maquiavélico sistema electoral.
Tenemos hasta un Ministerio de Igualdad que nos dice que hay que respetar la libertad de la mujer cuando quiere abortar. Todos somos iguales, y se debe respetar a todos. Pero si el que decide es un médico, su igualdad de derecho para decidir se restringe. Se le permite, como un favor excepcional, que pueda objetar, pero a la vez se le marca con la etiqueta de “objetor”, rompiendo la igualdad de todos los médicos para posicionarse en un sentido o en otro, y a medio plazo rompiendo la igualdad de oportunidades de cara a su misma permanencia y promoción profesional.
¿Estamos, por tanto, ante una sociedad en la que prima la igualdad, o en la que sólo cuenta la voluntad de ciertos grupos que deciden arbitrariamente cuándo se aplica la igualdad y cuándo no? La igualdad que propone el progresismo es un mito. No existe. Es un concepto sobrevalorado que cada día hace más visible su falsedad.