La verdad como bien del intelecto

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En la lucha partidista, que la política trae consigo, existe una opinión extendida según la cual no decir la verdad, ocultarla o decir medias verdades es una práctica casi permitida. En el ámbito político esta actitud se considera como un recurso necesario, casi imprescindible. La generalización de este planteamiento, por la influencia de las ideas de Maquiavelo, no justifica, en absoluto, el recurso a la falsedad por parte de algunos de nuestros dirigentes políticos.

La verdad es lo que es, es la realidad misma, las cosas como realmente son fuera de nuestra mente. Los clásicos llamaban a esta verdad “verdad ontológica”. Y llamaban verdad gnoseológica a la adecuación entre el entendimiento y la realidad. De tal modo que uno está en la verdad de una cosa cuando lo que piensa coincide con la cosa en la que piensa. Y dice la verdad no sólo cuando dice lo que piensa, sino cuando lo que piensa coinciden con la realidad, porque, una cosa es el error y otra la mentira: uno comete un error cuando dice lo que piensa, pero su pensamiento no se ajusta a la realidad; y miente cuando ni siquiera dice lo que piensa.

Aristóteles, quizá el más realista de los filósofos, en su Metafísica escribe: «dice la verdad el que juzga que lo separado está separado y que lo unido está unido, y dice falsedad aquél cuyo juicio está articulado al contrario que las cosas. (…) Desde luego, tú no eres blanco porque sea verdadero nuestro juicio de que tú eres blanco, sino, al contrario, porque tú eres blanco, nosotros decimos algo verdadero al afirmarlo»

La realidad marca la pauta de la verdad y siempre va por delante del pensamiento. La verdad es el bien del intelecto. Santo Tomás decía que el entendimiento se adecúa a la realidad, como la materia a la forma. Lo cual significa que la forma correcta del entendimiento es la verdad. Por eso, el entendimiento que no conoce la verdad (por ignorancia o por error) es un entendimiento deforme.

Más claramente lo dice San Agustín, «quien desconoce la verdad, nada conoce». Santo Tomás, añade «Debe decirse que una opinión falsa es cierta operación deficiente del intelecto, así como el dar a luz a una criatura deforme es cierta operación deficiente de la naturaleza, por lo que incluso el Filósofo dice en el libro VI de la Ética que la falsedad es el mal del intelecto»

La conclusión es clara: muchos de nuestros políticos sufren un mal que afecta a su intelecto y especialmente a su conciencia. El problema radica en que ese mal es voluntario y libre por lo que lleva aparejada una gran responsabilidad.

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