Las necesidad de las leyes y su respeto por parte de todos

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En estos momentos en nuestro país hemos asistido a un cambio en la aritmética parlamentaria que ha propiciado la constitución de un nuevo gobierno. Es por tanto muy conveniente dejar claro la importancia del ejercicio de la autoridad  cuando están en juego valores, como el de la unidad de la nación, que son anteriores al propio sistema  democrático.

La función de la autoridad es sostener la convivencia, de modo que la discordia y la violencia no erosionen la vida social. Y el secreto para mantener esa armonía de la vida en común se resume en una palabra: ley. Sin esclarecer lo que significa este concepto decisivo no se puede entender al hombre y a la sociedad. La palabra parece derivar etimológicamente de ligare (atar), en cuanto comporta cierta obligación de obrar de determinada manera. Todo en el Universo, también el hombre, está sometido a leyes físicas y biológicas. Por eso se dice también que ley procede de legere (leer), en cuanto no es una obligación que el hombre inventa, sino que descubre o lee en la naturaleza.

Antes de analizar el concepto conviene deshacer cierto malentendido: la identificación de ley con mordaza o prohibición, obstáculo para la libertad, instrumento represivo del poder. Es importante apreciar que se trata de algo mucho más amplio y profundo que un simple código de prescripciones y prohibiciones, pues la ley es la condición de posibilidad de la vida social, su mejor defensa frente a los peligros que la amenazan, en especial la violencia. Si la violencia es la fuerza y el poder sin medida, la ley es la medida que limita la fuerza y el poder. Platón lo explica con estas palabras: «La ley no existe para privilegiar a un grupo concreto, sino para el bien de toda la sociedad, y para ello introduce armonía entre los ciudadanos por medio de la persuasión o de la fuerza, hace que unos hagan a otros partícipes de los beneficios que cada cual puede aportar a la comunidad, y ella misma educa así a los hombres con miras a la compenetración de toda la sociedad.»

La historia humana es una sucesión de guerras, guerrillas, revueltas, insurrecciones, inseguridades, explotaciones y atropellos de todo tipo, como si la violencia siempre pudiera alcanzar entre los hombres cotas desconocidas, difíciles de sospechar. La ley, al asegurar la paz y la prosperidad por medio de una ordenación inteligente de las relaciones humanas, es la mejor manifestación de la autoridad, y desempeña también un importantísimo papel educativo. La gran pedagogía de la ley consiste en dar a conocer el bien común y concretar sus exigencias. Su definición más clásica la ve como una ordenación racional de la conducta humana, dirigida al bien común y promulgada por la legítima autoridad.

Por ser un dictamen de la razón no se funda en el capricho ni en el afán de poder, sino en el descubrimiento de aquello que más conviene al hombre en sociedad. Si naufragamos con frecuencia en la injusticia y en el mal, siempre queda flotando como tabla de salvación la ley. En las grandes civilizaciones antiguas, la búsqueda afanosa del orden social culminó en el fabuloso hallazgo de la ley escrita. Ese criterio sabio y común se convirtió en la gran plataforma de la vida pública, ante la cual son considerados como iguales los débiles y los poderosos. Se repetía la misma solución que llevó en la esfera económica a la fijación de normas de peso y medida para el intercambio de bienes. La ley escrita equivalía al derecho igual para todos, altos y bajos. Con ella podían seguir siendo jueces los nobles, pero ahora se hallaban sujetos en sus juicios a la estabilidad de las normas escritas.

Para los antiguos fue un descubrimiento trascendental, y para los modernos una herencia incalculable. El Estado se expresa en la ley, y la ley se convierte en rey invisible que somete a los transgresores del derecho e impide los abusos de los más fuertes o de los que más amenazas profieren como está pasando con parte dela clase política y de la sociedad catalana Al aceptar la ley, el hombre acepta sobre sí una medida racional, no la violencia ni la arbitrariedad. Gracias a la ley no nos gobierna un hombre, sino la razón –dirá Aristóteles–, pues un gobernante sin leyes podría gobernar en su propio interés y convertirse en tirano.

Si la estabilidad social depende del respeto a la ley, el pueblo y nuestros nuevos dirigentes políticos deberán luchar denodadamente  por el respeto a las leyes que nos hemos dado. 

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