Los que nos dedicamos a la Salud Mental como especialidad médica observamos la realidad de nuestros pacientes desde una perspectiva diferente al resto de nuestros colegas. Diría incluso que ampliamos el foco de nuestra observación a la persona en toda su dimensión, más allá de sus quejas orgánicas. Si además te dedicas a la evaluación y tratamiento de los conflictos conyugales y familiares, la visión de la actualidad y la perspectiva futura de nuestra sociedad, a poco que abras los ojos, se te descubre con facilidad.
Es indudable que seguimos inmersos en una crisis económica, y no parece que se vaya a resolver pronto. Pero más preocupante es la situación personal y social que se asocia a ella. Además de la tan manida crisis de valores, en el panorama psicopatológico emerge una serie de trastornos relacionados con la situación actual. Lo más frecuente son las reacciones afectivas disfrazadas de síntomas ansioso-depresivos, que impregnan no sólo al individuo sino a su entorno más cercano: el matrimonio y la familia. Sin dejar de ser algo preocupante, por el sufrimiento que supone, en la mayoría de los casos tarde o temprano, el tiempo devolverá la situación a su condición inicial, y los síntomas remitirán.
Sin embargo, en los últimos años ha emergido con fuerza y notoriedad el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Los expertos cifran su prevalencia en torno al 5 por ciento, y que se presenta especialmente en niños y adolescentes. Desde mi punto de vista, la importancia del trastorno no radica tanto en la sintomatología del niño, sino más bien en las consecuencias de la propia enfermedad en el comportamiento y rendimiento de quien la padece. Un diagnóstico tardío o equívoco, un manejo farmacológico inadecuado o el hecho de no otorgarle suficiente importancia, un manejo psicoterapéutico impropio o una desatención y falta de implicación familiar adecuada provocarán un pronóstico desfavorable con una repercusión personal y social irrefrenable.
Estudios recientes revelan en estos pacientes un mayor porcentaje de abandono escolar, un elevado número de embarazos no deseados en la adolescencia o un aumento del consumo de drogas y alcohol antes de llegar a la vida adulta, con una evolución crónica cercana al 50 por ciento, además de evolucionar hacia trastornos conductuales más graves, como el Trastorno Negativista Desafiante o el Trastorno Límite de la Personalidad.
Por otro lado, se está produciendo un fenómeno ciertamente curioso respecto a la misma enfermedad: su diagnóstico en alguno de los progenitores. No es infrecuente que, tras diagnosticar a un hijo, alguno de los padres adquiera una mayor conciencia de los actos de su pasado, percatándose de la coincidencia con los comportamientos del hijo diagnosticado. En muchas ocasiones, son cuadros «compensados» por la madurez personal adquirida con los años, pero en otros muchos «llegamos tarde»: las alteraciones conductuales han provocado la incomprensión del cónyuge ante un fenómeno desconocido por ellos, y desemboca irremediablemente en la separación o el divorcio. De nuevo, las generaciones futuras sufrirán el desencuentro de sus padres en su propia carne: mayor consumo de sustancias a edades tempranas, menor desarrollo académico, más embarazos no deseados en la adolescencia…
Como podemos observar, el fenómeno «se las trae». Preparémonos para lo que se avecina: un alto porcentaje de población diagnosticado en la infancia y edad adulta de TDAH, con las consiguientes repercusiones personales, conyugales, familiares y sociales. Urge poner en marcha unidades multidisciplinares especializadas en el diagnóstico de este trastorno, tanto en el niño como en el adulto; formar a especialistas capaces de ofrecer medidas terapéuticas efectivas y eficientes tanto a nivel personal como conyugal y familiar; y fomentar la investigación del trastorno y de sus consecuencias negativas con el objetivo de paliarlas. El trastorno está ahí. Prevenir es mejor que curar. En este caso, la sociedad lo agradecerá, porque lo que se avecina tiene tintes de tsunami.
Adrián Cano es médico psiquiatra de la Clínica Universidad de Navarra y director de la Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF).
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