No cabe duda alguna de que la familia es la influencia más poderosa y determinante que pueda haber en la vida de una persona. Es el primer y esencial ente socializador para cualquier persona, y es por tanto el ámbito esencial y natural de formación humana. En la familia se aprende a convivir y a ser persona, a amar y a ser amado.
La familia, recordemos, es el único lugar en el que a uno se le quiere por el mero hecho de existir y de ser quien es. Independientemente de los errores que se cometan, la familia es el lugar en el que siempre se es acogido y aceptado. Cuando eso no ocurre, el ser humano experimenta un desarraigo que marcará su trayectoria personal y la configuración de su personalidad.
Las primeras relaciones que establece una persona tienen lugar con sus padres; luego, se abre al mundo gracias al trato con su/s hermano/s; en tercer lugar, se relacionará con los compañeros del colegio y con los amigos que entable.
De todos estos ámbitos de relación, los más duraderos son los que se tienen con los hermanos, ya que durarán toda la vida. De ahí la enorme importancia que tiene el hecho de que la relación con ellos sea satisfactoria.
Mediante la interacción con los hermanos, los niños aprenden a resolver conflictos, a convivir, a comunicarse, a ayudar, a perdonar, a hacer las paces, a compartir…, aspectos todos ellos esenciales para su educación y su proceso de socialización. Las relaciones familiares de aquellos niños que tienen hermanos son mucho más ricas que las de los niños únicos. Ello es así porque su educación para la vida será más completa, ya que son muchos los conocimientos y experiencias que vivirán junto a sus hermanos y complementarán su desarrollo madurativo.
Las relaciones entre hermanos pueden ser de muchos tipos, y pueden tener diferentes grados de intensidad. Ello dependerá de infinidad de factores y variables, como son el sexo o la diferencia de edad, el lugar que se ocupa entre los hermanos, la distinta personalidad de cada uno, las afinidades que se den entre ellos, etc.
Cada hijo es diferente y llega al mundo en un momento y unas circunstancias diferentes. Así, por ejemplo, el primer hijo llega a un hogar sin niños, pero los que vienen a continuación no. Cuando nace el primer hijo, los padres están pendientes todo el día de él, ya que constituye el centro principal de su atención. El niño mayor suele ser el que más álbumes de fotos tiene. Luego, con los demás, no porque se les haga menos caso ni se les quiera menos, el nivel de atenciones es ya menor, aunque solo sea porque los padres ya no focalizan su atención en un solo hijo, sino en varios.
En el otro extremo se halla el hijo pequeño, que suele recibir también de los padres un trato especial, ya que ven en él la última oportunidad de tener un niño en sus manos. Por eso, a menudo están más mimados y sobreprotegidos, y sus padres les consienten cosas que a los mayores en su día no les permitieron.
Uno más de los retos que tenemos como padres es el de conseguir que las relaciones entre nuestros hijos sean buenas, y que se puedan extender y proyectar a lo largo de toda sus vidas.
Hemos de transmitir esta idea a nuestros hijos :
Es una suerte que tengas hermanos y es también una suerte que tus hermanos te tengan a ti como hermano.