Libertad religiosa y libertad de expresión

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libertad religiosaCualquier observador imparcial puede advertir que una gran mayoría religiosa, cultural y sociológica que representa el catolicismo en España, está siendo subestimada y burlada por una activa minoría progre y su bandera de lo políticamente correcto.

Estos grupos de personas, bien organizadas y presentadas a bombo y platillo, amparándose en la libertad de expresión, se dedican a tratar de arrancar la esperanza que muchos hombres y mujeres ponen a largo de su vida en la inmortalidad del alma, esperanza consecuencia del amor cristiano derramado en obras durante la vida.Hechos como los que tuvieron lugar, por ejemplo, en la exposición del centro cultural Koldo Mitxelena de San Sebastián, en las que se dijeron frases como: “La iglesia que más brilla es la iglesia que arde” o el asalto a la capilla del campus de Somosaguas, ponen de manifiesto lo barato que es agredir a los católicos en España.

El derecho a la libertad de expresión no puede justificar este tipo de injurias y escarnios. Parece como si la libertad religiosa y de expresión fuesen dos derechos contrapuestos y que, en todo caso, si hubiese conflicto entre ambos debiera prevalecer el derecho de libertad de expresión. Incluso en sentencias, da la sensación como si el derecho de libertad de expresión fuese el máximo de los derechos y que, por encima de otros, debería ser respetado. No es de recibo invocar el respeto a la libertad de expresión para justificar invitaciones explícitas a ejercitar la violencia.

Los datos dados a conocer por Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencia son evidentes. Muestran el importante aumento de las agresiones directas contra lugares de culto y, en especial, contra creyentes por el hecho de serlo. Así, las agresiones contra parroquias, mezquitas, sinagogas y santuarios, han aumentado un 350%, mientras que los casos de violencia física contra creyentes se han triplicado. Reflejan, según este observatorio, que la libertad religiosa está amenazada en España. Su estudio da a conocer que de los 187 ataques perpetrados, el 86% se produjeron contra cristianos, sus templos o simbología. Además las agresiones, comunes a todas las confesiones cristianas, han sido los católicos los que más las han sufrido.

Desde luego, la cacareada libertad de expresión no se aplica a los que opinan lo contrario. De hecho, para muchos la Iglesia católica debe ser excluida del mapa social y no puede inmiscuirse en el ámbito de lo público. Sin embargo, y contradictoriamente, ellos se declaran grandes defensores de la «tolerancia» y del «pluralismo», claro que para defender sus propias posturas, ya que no aceptan que eso mismo lo haga la Iglesia.

Muchas veces se piensa que los atentados a la libertad religiosa tienen que ver únicamente con profanaciones de imágenes, situaciones que cada cierto tiempo ocurren y que son lamentables, ya que hieren profundamente la devoción y la fe de todos quienes las veneramos.
Hay mucho más. El estado debe estar al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para ello ha de contribuir a crear las condiciones sociales que permitan, a todos y a cada persona, su mayor realización espiritual y material posible.

Pero, ¿será posible una realización espiritual y un respeto a la dignidad de la persona si la libertad religiosa es perseguida? ¿Qué ocurre cuando se empieza a negar la libertad de conciencia de médicos y clínicas que se niegan a practicar abortos? ¿Qué pasa cuando el estado no permite una diversidad de proyectos educativos y sujeta la provisión de fondos al cumplimiento de condiciones “laicistas” en proyectos educativos católicos? Quizás no sea la quema de imágenes, pero se trata de acciones que indudablemente empiezan a horadar la libertad religiosa, y muchas veces sin que nos demos cuenta.
Numerosos lo niegan o lo ignoran, pero el Cristianismo es el creador de Europa y de los grandes valores que presiden la cultura occidental, sobre todo la dignidad humana, la libertad y las garantías y derechos que preservan al hombre frente a los tiranos y el mal.

Sin el Cristianismo el hombre habría sido más esclavo. Sin ese Dios que predicó el amor y dio su vida por el ser humano, no existirían los derechos fundamentales del hombre que forman parte de la cultura moderna en Occidente, y que se ha plasmado en las artes, la filosofía, el derecho y la política, elevando la cultura europea por encima de las demás.

El mayor acontecimiento en la historia de la libertad ha sido la existencia de un Dios que ha convertido a los hombres y mujeres en sus hijos, otorgándoles una dignidad tan alta que les hace libres y reyes por encima de las dictaduras y de los deseos de dominio de los tiranos.
Las instituciones públicas tienen la plena responsabilidad de evitar los ataques y provocaciones contra la libertad religiosa. No pueden mirar para otro lado cuando se ofenden los sentimientos religiosos de los cristianos, tanto en España como con la brutal persecución que viven en países musulmanes, a no ser que les interese más un pueblo con alma de sometimiento que con conciencia de libertad y dignidad humana inviolable.

Deberían primar las ayudas y proteger a aquellos que promueven la igualdad de sexos, la paz, el amor y que más ayudan a los necesitados en todo momento, como se ha demostrado muy especialmente en estos momentos de crisis económica. Ahí tenemos a Cáritas.
Ciertamente, la cultura católica se está viendo erosionada desde hace años según un esquema bastante general: una mayoria silenciosa, pasiva y desorganizada sufre los embates de minorias ruidosas, muy activas y bien organizadas. De esta forma, mientras esta mayoria está maniatada por lo politicamente correcto y la inevitable tolerancia, las minorias entienden que tales normas de actuación no se aplican cuando se trata de agredir a lo tradicional.

Los cristianos necesitamos realizar un meticuloso examen de conciencia tendente a la creación de una reflexiva concienciación ante este evidente acoso sistemático, programado y múltiple que estamos recibiendo. Convendría que fuésemos más conscientes de ello. También que fuésemos más activos, aunque la sociedad nos incite a la claudicación. Aprovechemos los instrumentos que la ley pone a nuestro servicio. “El mayor de todos los errores estriba en no hacer nada porque sólo puedes hacer poco”. Sydney Smith.

Emilio Montero

 

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