Sabemos mucho sobre hipótesis y conjeturas en torno a las filtraciones de documentos reservados del Vaticano y no sabemos nada del Año de la Fe, que comienza en octubre y que el Papa considera un paso importante en la renovación de la vida cristiana. Esta paradoja concentra posiblemente parte del desconcierto del momento actual: la Santa Sede es noticia por cuestiones que nada tienen que ver con su “core business”, su cometido esencial; se diría incluso que atrae la atención por asuntos que contradicen su misión.
FUENTE: ACEPRENSA-DIEGO CONTRERAS
Motivos noticiosos para fomentar ese desconcierto no faltan. En este caso, el problema no son (solo) los medios de comunicación. Que una persona de confianza, como el ayudante de cámara del Papa, filtre a la prensa documentos privados del mismo Papa es algo insólito (de momento, es un sospechoso, no un condenado). El caso ofrece en bandeja de plata la ocasión para desempolvar viejos estereotipos –nunca desaparecidos– sobre las intrigas y conspiraciones vaticanas que se consumen en la penumbra de “cortili” renacentistas. Solo falta el veneno escondido en el anillo de un inquietante cardenal y vertido en la copa de su incauto interlocutor.
Seis meses de filtraciones
El goteo de documentos pasados a la prensa comenzó en enero y culminó –de momento– con la publicación, hace diez días, de un libro que recopila un buen número de apuntes, cartas, informes, memorándum, etc. procedentes de distintas oficinas de la Santa Sede, varios de ellos dirigidos personalmente al Papa. El hecho es particularmente delicado pues aparte del robo de documentos privados, supone una violación de las conciencias de las personas que escribieron al Papa precisamente por ser Papa: escritos en los que abrían su corazón al Sucesor de Pedro. Lo más grave no es lo que dicen los documentos (no hay ninguna “pistola humeante”; como mucho, algún desahogo más o menos vehemente), sino que se vulnere el oficio y la intimidad del Papa.
Benedicto XVI nombró el 24 de abril una comisión de tres cardenales para aclarar el caso, en acción paralela a la labor de la gendarmería y magistratura vaticanas. La detención del mayordomo del Papa, anunciada el 25 de mayo, supuso un duro golpe, por su cercanía al Santo Padre, y desató numerosas conjeturas. El comentario unánime es que las filtraciones no pueden haber sido iniciativa de una persona aislada: “no es el único ‘topo’”, se ha repetido (“cuervo”, en la terminología usada por la prensa italiana).
El autor del libro afirma que le proporcionaron documentos diez personas. En estos días son varios los “topos” que han salido “al descubierto”(eso sí, manteniendo el anonimato) con declaraciones a la prensa. Sorprende el cinismo de las razones que esgrimen para justificar las fugas: ayudar al Papa a combatir la corrupción, purificar la Iglesia e incrementar la transparencia. Que haya mucho que cambiar para que el comportamiento de eclesiásticos y laicos se adecúe cada vez más al evangelio parece una obviedad. Lo difícil de entender es que el método sea robar y difundir documentos que llegan a la mesa de trabajo del Papa.
Para algunos comentaristas, lo que está detrás es una batalla por el poder en el Vaticano, una guerra de facciones, en la que el objetivo principal sería el Secretario de Estado vaticano, cardenal Tarcisio Bertone. Varios periodistas han destacado por su fantasía y dotes novelescas a la hora de presentar esos enfrentamientos. Es una de esas situaciones en las que se distinguen los que se atienen a la información de los que prefieren la narrativa de ficción. El caso, indudablemente, se presta a la conjetura, pero el periodismo consiste precisamente en distinguir los escenarios verosímiles de los novelescos.
El propio Benedicto XVI, en la única alusión pública a estos episodios, durante la audiencia general del 30 de mayo, expresó su “tristeza de corazón” por estos episodios y lamentó las “suposiciones totalmente gratuitas, amplificadas por los medios de comunicación, que han ido más allá de los hechos, ofreciendo una imagen de la Santa Sede que no se corresponde con la realidad”. El Papa quiso renovar expresamente su confianza en “sus más estrechos colaboradores y en todos los que cotidianamente me ayudan a cumplir mi ministerio con fidelidad, espíritu de sacrificio y en el silencio”.
Crispación
Que los escenarios de batallas cardenalicias correspondan más a la ficción que a la realidad no quiere decir que no existan disparidad de pareceres, expresados incluso con tonos fuertes. Se acude al Papa, como muestran precisamente algunos de los documentos robados, en su función de pastor supremo. Hay gente que dibuja el Vaticano como una “monarquía absoluta” y luego se escandaliza cuando descubren que hay discusión y debate, afirma el sustituto de la Secretaría de Estado vaticana, mons. Angelo Becciu, en la entrevista publicada en L’Osservatore Romano.
Puede ocurrir que, a veces, trascienda un debate de tonos desabridos. Es lo que ha ocurrido con el caso del presidente del Istituto per le Opere di Religione (IOR, la llamada “banca vaticana”), cuya destitución se hizo pública casi en coincidencia con la noticia del arresto del ayudante de cámara del Papa, incrementando la confusión, pues algunos pensaron que eran hechos relacionados. En ese caso, fue el organismo de control, el equivalente al consejo de administración, quien retiró su confianza al presidente del IOR.
El problema fue que el comunicado en el que se anunciaba la decisión estaba escrito en un tono sorprendentemente duro e injusto, si se tiene en cuenta que las motivaciones eran discrepancias técnicas y de estilo de gobierno. Ese tono “poco vaticano” del comunicado –que nunca se ha usado con eclesiásticos, incluso en casos objetivamente graves–, delataba enfrentamientos, criterios divergentes y crispación. Es decir, daba verosimilitud a un clima de batalla.
La situación actual es fruto, por tanto, de causas variadas, entre las que no hay que excluir los errores. Pero no hay razones objetivas para pensar que la Santa Sede atraviese una situación de crisis interna por la moralidad de comportamientos o por otras razones. Es muy probable que aparezcan nuevas sorpresas. El propio Papa, en la audiencia general del 30 de mayo, dio la clave con la que un fiel cristiano debe afrontar situaciones como esta: “nunca se ha ofuscado en mí la firme certeza de que, a pesar de la debilidad del hombre, de las dificultades y las pruebas, el Espíritu Santo guía la Iglesia y el Señor le ayudará siempre, sosteniéndola en su camino”. Parece importante que este caso se cierre, una vez clarificado, y que la Santa Sede pueda concentrar todas sus energías en ayudar al Papa en la tarea evangelizadora de la Iglesia.
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