Una de las cosas que más me puede molestar cuando paseo por Segovia es ver pintadas en los lugares más insospechados, como fachadas, mobiliario urbano, farolas, buzones, señales de tráfico, cerramientos y lunas de establecimientos comerciales, y lo que es peor, en monumentos como la muralla o el acueducto.
Estas intolerables gamberradas se han puesto de manifiesto una vez más durante el puente de la festividad de Todos los Santos, en el que aparecieron una serie de pintadas en varias fachadas y puertas de los comercios de la calle Real. Forman parte de una oleada de pintarrajeadas que se viene produciendo ya desde hace unos meses, especialmente en las fachadas del recinto amurallado
En la vía pública está el pálpito de la ciudad. Es el espacio que todos frecuentamos y no tenemos por qué soportar estos desagradables impactos que afectan la sensibilidad de cualquier persona que pasee por ella. Son actos incívicos que dan sensación de abandono de la ciudad.
El caso es que los impresentables que realizan estas pintadas no lo hacen porque produzca beneficio alguno, ni tan siquiera a ellos mismos. Así que uno se pregunta si existe motivación suficiente para justificar un empeño tan decididamente inútil.
Luego está el tema de lo que manchan. Hace algún tiempo quienes se dedicaban a ensuciar las paredes lo hacían como gesto de rebelión libertaria, escribiendo cosas más o menos inteligibles que venían a realzar su militancia ideológica. Ahora las huellas de estos groseros públicos son absolutamente ininteligibles y no expresan identidad ni preocupación alguna, como no sea para el psiquiatra. Y uno se dice: ¡Verdaderamente, tanto esfuerzo para esto!, además en época de crisis, con lo que valen los sprays…
Ya no vale decir, por otra parte, que pintar en las paredes sea para algunos la única vía posible de expresión de su identidad social o de sus deseos, porque hoy cualquiera puede manifestar prácticamente lo que le venga en gana y como le venga en gana por medio de Internet, los blogs o de los whatsApp.
Eso de pintar las fachadas convertidas en pizarras para ensuciarlas con desagradables dibujos y sandeces no es de ningún modo libertad de expresión ni manifestación artística, es simplemente una muestra de una mala educación cívica. Así que cualquiera puede llegar a la conclusión de que esta plaga de individuos se esfuerza lisa y llanamente por fastidiar al prójimo. Conclusión corroborada por la premeditación, pues estarán ustedes conmigo en que nadie sale por ahí a pasear con un spray en el bolsillo.
Estas pintadas se suelen efectuar con aerosoles que penetran en los poros de las superficies y que pueden llegar a profundizar hasta un centímetro en los espacios donde se realizan, con lo que eliminarlas totalmente es un auténtico quebradero de cabeza, bien sea por el elevado coste de esta limpieza o por el pobre resultado de tanto esfuerzo.
Las pintadas en la vía pública infringen los artículos de la Ordenanza de Convivencia Ciudadana, como consecuencia animo a nuestras autoridades para que sigan persiguiendo, sin desmayo, a los autores de tanto desafuero.
En este sentido es de agradecer la iniciativa de la alcaldesa de Segovia, Clara Martín, que ha anunciado que subirá el importe de las multas por pintadas hasta los 3000 euros en las zonas de la ciudad declaradas Patrimonio de la Humanidad y que además los responsables tendrán que hacerse cargo de los gastos de limpieza y reversión al estado inicial de lo dañado. Seguro que si se endurecen las leyes estos gamberros se lo pensarían dos veces antes de coger el spray.
Además sugiero que se podría implementar alguna medida que al menos les genere molestias, como prohibir la venta de pintura en aerosol. Esta pintura daña muy seriamente a la salud y es el único material que utilizan. También se podría intensificar la vigilancia en días señalados, tipificar este delito y que los culpables resarzan sus atropellos a la sociedad con trabajos en favor de ella. Eso sí que daría base a una buena educación ciudadana.