Uno de los grandes educadores de todos los tiempos fue Sócrates. El método socrático, que consiste en despertar al educando, de hacer que piense por su cuenta y que saque de dentro lo mejor de sí mismo, que no impone sino que propone, que plantea preguntas en vez de ofrecer respuestas y que tiene al alumno como protagonista de su propio aprendizaje, ha sido y sigue siendo la forma más adecuada de educar.
Porque educar no es ni arrastrar ni añadir, sino más bien orientar y extraer: no se trata de llevar al educando a donde nosotros queremos ni de ir añadiendo contrafuertes para que no caiga, sino de señalar el Norte e ir quitando todo aquello que estorba para su desarrollo integral.
Para educar hemos de ser como los padres de Sócrates. Se llamaban Sofronisco y Fenaretes. Según cuenta el propio Sócrates, su madre Fenaretes era comadrona y de ella aprendió el arte de dar a luz (que en griego se llamaba “mayéutica”), la diferencia es que mientras ella ayudaba a nacer a las parturientas, él ayudaba a sus discípulos a dar a luz las ideas. Es decir, que para Sócrates enseñar no era otra cosa que ayudar a sacar de dentro los conocimientos que ya se tenían, pero que no somos conscientes de que los tenemos.
Sócrates no hace alusión directa al oficio de su padre Sofronisco, pero la tradición le atribuye el de picapedrero o cantero y las versiones más optimistas lo imaginan escultor en el taller de Fidias o Mirón. En fin, que Sofronisco ejercía la labor de ir extrayendo de la piedra todo aquello que le estorba para ser una buena pieza de sillería o el boceto de una escultura. Sócrates no habla de su padre, pero a buen seguro que imitaba su profesión cuando grababa caracteres de humildad en el duro temperamento de sus contemporáneos, punzaba sus rígidas mentes con el fino cincel de su ironía y pulía las asperezas de una sociedad picada de prejuicios.
Sócrates educaba de la única manera posible: ejerciendo a la vez el oficio de comadrona y escultor. Quizá el primero ha sido más celebrado por la historia; no obstante, no se entiende sin el segundo. Para sacar de una persona su mejor yo, para que desarrolle todas sus potencialidades y llegue a ser quien puede ser, hay que asistir como una partera, hay que atender, ayudar, orientar, animar… porque el crecimiento personal surge de dentro. Pero también se ha de tomar el cincel y el martillo para eliminar todo aquello que obstruye el proceso, todos esos estorbos, grandes o minúsculos, blandos o duros que impiden que aflore lo mejor de uno mismo.
El oficio de comadrona ha de complementarse con el de escultor y el de escultor con el de comadrona, el de Fenaretes con el de Sofronisco y el de Sofronisco con el de Fenaretes. Así lo entendió Miguel Ángel. El artista renacentista veía en cada trozo de mármol la figura que escondía en su interior y, según decía, su función de escultor no consistía en otra cosa sino en ir quitando lo que sobraba para que emergiera un Moisés, un David o una Piedad. Eso hemos de hacer los padres y educadores, ejercer de escultores y comadronas, de Sofroniscos y Fenaretes, y a base de pequeñas acciones sacar de cada hijo o alumno su mejor yo.
Pilar Guembe y Carlos Goñi