Este es un fenómeno que se está dando desde hace ya tiempo en el mundo desarrollado, en especial, en el ambiente anglosajón, de donde procede la expresión helicopter parents. Se denomina así a los padres que ejercen una protección obsesiva sobre sus hijos. Son padres que quieren la seguridad total para crear al hijo perfecto y por eso están siempre “sobrevolando” para cuidar de ellos y que no les pase nada, dispuestos a “aterrizar” al menor problema.
Ese afán de seguridad les lleva a proteger a sus hijos de todos los peligros que pueda implicar nuestra actual sociedad, tan violenta y competitiva. Y esto es así desde que son muy pequeños. Este afán de protegerles hace que les pongamos casco, rodilleras y coderas cuando les enseñamos a patinar o que les demos de beber solamente agua embotellada o que les automediquemos con antibióticos en cuanto tienen un pequeño resfriado, etc. Está bien proteger a los niños, pero, por favor, preguntémonos: ¿no estaremos exagerando un poquito?
En esa misma línea se sitúan estudios que avalan el dato de que, en Inglaterra en el año 1981, iban solos al colegio ocho de cada diez niños y, actualmente, menos de uno. Uno se podría preguntar si de verdad es tan peligrosa nuestra sociedad y era tan paradisíaca la de hace dos décadas. En los USA, hay padres helicóptero que siguen con su coche al autobús que lleva a sus hijos a los campamentos de verano. Hay algunos que, incluso, han planteado la necesidad de implantarles un chip a sus hijos para tenerlos siempre localizados. A menudo, esos padres también se inmiscuyen en exceso en los colegios y protestan, si el profesor pone a su hijo en la última fila, si le castiga o si le baja la nota.
Y esto es así hasta el extremo de que, en algunos centros privados americanos, se introduce una cláusula en el impreso de matrícula en la que se dice expresamente que un alumno podrá ser expulsado si sus padres se entrometen en exceso. Lo malo de estas actitudes es que, en muchos casos, se prolongan incluso durante la etapa universitaria y laboral de los hijos. En algunas empresas americanas son frecuentes las llamadas de padres que tratan de presionar para que se suba el salario de sus hijos o para que se les cambie de puesto. No cabe duda de que este comportamiento de excesiva sobreprotección acaba ahogando a los hijos. Al final, ellos son incapaces de resolver sus problemas y de ser autónomos e independientes.
No hagamos flojos a nuestros hijos: No digamos a cada momento, como si fuéramos abuelas ñoñas: “¡Pobrecito mío!”.