Noche de domingo. En distintos programas deportivos un solo tema: la lesión de Leo Messi. Un primer plano muestra la hinchazón de su tobillo. Saltan las alarmas y los más oscuros pronósticos. Por suerte, no se han cumplido. ¿Qué había de particular en esa lesión para convertirla en noticia?.
Ocurren con frecuencia y nadie se indigna por ello. Más que la lesión, provocaba indignación su causa: una “entrada” nada controlada y muy agresiva de Ujfalusi, un jugador contrario, al que escuché unas declaraciones la mañana del lunes. Al acabarlas, ¿recapacitaría el muchacho sobre lo dicho? Se mostraba satisfecho porque no le había roto nada.
Si se debía referir al hueso, valga. Pero le había roto otras cosas: su actividad, su plan de entrenamiento y posiblemente planes personales para esos días, cosas nada desdeñables, sin contar el dolor de la lesión o el perjuicio causado a su propio equipo. Ufano, contaba que por la mañana, ya le había mandado un mensaje disculpándose, porque por la noche “estaba caliente”. No explicaba si él o la lesión. Daba como disculpa la fuerza con la que se entregaba a su actividad. Pero un futbolista experimentado ¿no calcula ímpetus y distancias o es su voluntad, la que no lo admite?
En todo caso, la entrada y la lesión consiguiente, hablan de una agresividad fuera de lugar que, siendo lamentablemente frecuente en nuestra sociedad, nada tendría que hacer en el deporte y entre deportistas.
Hablando de la agresividad en el fútbol, el filosofo Martí García se refiere al carácter profesional que ha adquirido el futbol, “que viene reforzado por las cantidades – a veces astronómicas- que cobran los jugadores”.
Si se tiene en cuenta el carácter mimético de este tipo de comportamientos, sería cosa de repensar si compensan socialmente los excesos económicos. No sólo los que rodean al futbol: también los que cada uno realiza en actividades a las que no se da importancia.