Mucho dolor para taparlo

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Artículo de Emilio Montero Herrero

No hay mejor retrato de una sociedad que su actitud ante la muerte y la tribulación. Sin embargo, acaso sea este uno de los síntomas más notables de la superficialidad que invade el tiempo actual: el ocultamiento de la muerte; que por otra parte no debería de sorprendernos en una sociedad tan carente de soporte sobrenatural de la existencia.

Desde luego, este es el lado oscuro de la pandemia. Miles de compatriotas fallecidos sin el aliento de los suyos ni extremaunción que valga, que no han recibido ningún tipo de homenaje, ni aplauso, ni canción, sin apenas un minuto de silencio. Y que en las noticias por televisión no pasan de ser una estadística diaria, sin caras ni nombres, sin historias detrás que contar, ni tan siquiera testimonios que transmitan el dolor de un familiar o amigo. Es sorprendente, incluso, que el presidente del Gobierno haga todas sus apariciones públicas con traje azul marino y corbata con diferentes tonos cromáticos, excepto el negro, que sería el más apropiado.

Parece como si hubiera una conjura mediática para tapar a todo trance el desgarro y desolación de muchos miles de familias que no pueden llorar ni enterrar dignamente a sus muertos, pero también de las autoridades, que incluso se resisten a decretar días de duelo en sus demarcaciones o en la nación. Curioso que pase esto, cuando ante otras tragedias teníamos entrevistas en directo de familiares afectados llorando ante las cámaras.

Sin embargo, si se trata de mostrar lo que pasa en otros países, entonces ahí no hay problema en sacarnos hasta imágenes de una fosa común para que veamos la magnitud de la tragedia. O de explicarnos con pelos y señales las meteduras de pata que han cometido sus gobiernos en la gestión de la crisis. Será que mal de muchos, consuelo de tontos.

La negación del luto no es más que una burda manera de quitar importancia a una situación que ya ha ocasionado más de 26.000 muertos oficiales, a los que pronto habrá que sumar los traspapelados, tal vez ocultados en los cómputos oficiales, y que todos sospechamos que seguramente estarán cerca de los 40.000. Para que se hagan una mejor idea, es como si hubieran desaparecido de repente todas las personas de Soria.

Cuando uno intenta ocultar el dolor y el luto para vender una situación menos grave, lo único que consigue es postergar el duelo, no acallarlo. El dolor tarde o temprano acabará saliendo por algún lado. Tantos miles de fallecidos es mucho dolor como para taparlo.

No es de extrañar, por tanto, que los verdaderos héroes para los españoles respecto a esta crisis del coronavirus no sean los políticos, sino los profesionales sanitarios, los policías y los militares. Estos últimos con la delicada misión de gestionar las morgues provisionales habilitadas en la Comunidad de Madrid ante las altas cifras de fallecidos a causa de la pandemia del coronavirus, encargándose del traslado de más de 1.700 féretros. Una misión que requirió una especial preparación, ya que se trabajaba en un ambiente con gran carga vírica.

La Unidad Militar de Emergencias (UME) fue la encargada de asumir esta tarea con el deber de cumplir con unos estrictos protocolos administrativos y jurídicos, pero que además decidieron afrontar con una gran carga emotiva, intentando compensar la ausencia de los familiares que no podían acompañar a los féretros, tratando a cada uno de ellos como si fuera un compañero fallecido. Se esforzaron en dotar a la tarea de un especial cariño para cada uno ellos, con vela, respeto, silencio y oración, asumiendo los soldados el duelo que no podían hacer los familiares. Ninguno de los fallecidos fue anónimo para ellos. Sus nombres y apellidos estuvieron en sus mentes y en sus corazones.

Detrás de cada cuerpo había una vida y una familia que no pudo despedirse de sus seres queridos, ya que eran enviados a la morgue directamente desde los hospitales en los que morían.

Precisamente, nuestras Fuerzas Armadas destacan por su cuidado a la hora de rendir honores a sus caídos, y en este caso también lo han demostrado. Los soldados siempre lo han sentido como si fueran compañeros caídos. Es el mensaje que quisieron transmitir a los familiares. Que supieran que los suyos no habían estado solos.

Ojalá su respetuosa labor sirva de ejemplo y de consuelo, al menos, para las familias que no pudieron despedirse de sus seres queridos. Descansen en paz.

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