Los que apoyamos nuestra vida en un fundamento basado en el humanismo cristiano somos radicalmente feministas. No en vano somos conscientes de que el ser humano más perfecto que ha existido, la criatura más excelsa es una mujer: más que ella, solo Dios.
La mujer adquiere, en este contesto, un valor sublime, justamente porque el modelo lo es en grado máximo. Y al mismo tiempo, lleva al respeto y a la veneración del sexo femenino. También por parte de ella.
Por tanto no se trata de que la mujer se confronte con el varón, lo que sería una confusión mortal (ni al revés), sino que sea ella misma. Este es el verdadero feminismo, pues siendo ella misma la mujer puede eligir, en muchos casos, una plena dedicación a las tareas familiares lo que representa una gran función humana, básica en la sociedad. Sin embargo, esto no excluye que, si ese es su deseo, luche por ocupar los puestos en la sociedad que le permiten sus muchas cualidades, en muchos campos superiores a las de los hombres.
La mujer posee una fuerza interior enorme, por lo que su papel en el mundo laboral y social resulta imprescindible. Las siguientes palabras de la Madre Teresa de Calcuta constituyen un buen homenaje en este día de la mujer
«Siempre ten presente que la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los días se convierten en años… Pero lo importante no cambia; tu fuerza y tu convicción no tienen edad. Tu espíritu es el plumero de cualquier telaraña. Detrás de cada línea de llegada, hay una de partida. Detrás de cada logro, hay otro desafío.»
«Mientras estés viva, siéntete viva. Si extrañas lo que hacías, vuelve a hacerlo. No vivas de fotos amarillas… Sigue aunque todos esperen que abandones. No dejes que se oxide el acero que hay en ti. Haz que, en vez de lástima, te tengan respeto. Cuando por los años no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. ¡Pero nunca te detengas!»