La eutanasia, vocablo alojado en el diccionario científico por Francisco Bacon en 1623, es una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención de quien la realiza provoca la interrupción de la vida del enfermo grave o también del niño recién nacido con malformaciones físicas o psíquicas.
Para la “Sociedad Española de Cuidados Paliativos”, la eutanasia es juzgada como una conducta dirigida a eliminar la existencia de un ser humano que sufre un padecimiento doloroso e irreversible, por razones humanitarias. La eutanasia exige la muerte del otro, por lo que se trata de un suicidio asistido.
Para superar el miedo a la muerte es necesario alimentar la esperanza. “La esperanza es el oxígeno del espíritu humano; sin ella, el espíritu muere; con ella, podemos superar los obstáculos más complejos. La esperanza nace gracias a un sentido de conexión con el futuro”.
Nadie puede autorizar la muerte de un ser trascendental, aunque sea un enfermo incurable, agonizante o en estado de coma profundo. Los cuidados paliativos son un remedio para estas situaciones dolorosas.
La inducción a la eutanasia, atrapar a la muerte, de modo adelantado, poniendo fin a la propia existencia, es perversa. Nos topamos ante la cultura de la muerte que triunfa en las sociedades opulentas.
Por último, afirmo, que la eutanasia es una derrota personal de quien la teoriza, la decide y la ejecuta.