Para el Diccionario de la Real Academia, “eutanasia es el acortamiento voluntario de la vida de quien sufre una enfermedad incurable, para poner fin a sus sufrimientos”. En el juramento hipocrático, compendio durante tantos siglos de la ética médica, se dice: “No administraré a nadie un fármaco mortal, aunque me lo pida, ni tomaré la iniciativa de una sugerencia de este tipo”.
Desgraciadamente en España hay muchísima gente que se ha dejado llevar por ideologías como la relativista y la de género, decantándose por la eutanasia, lo que supone la pérdida de importantísimos valores morales, tanto humanos como cristianos.
Permitir la eutanasia traerá como consecuencia, como lo muestra el caso de Holanda, muertes sin consentimiento del paciente e incluso con su rechazo, donde las cifras oficiales dan un 7% de eutanasias no autorizadas, aunque hay una encuesta del fiscal general garantizando anonimato, confidencialidad e impunidad, que sube esta cifra hasta el 40%.
La consecuencia es muy clara: desconfianza en las instituciones sanitarias, expresada en el hecho que bastantes ancianos holandeses llevan consigo p tarjeta que dice: “En caso de enfermedad, que no me lleven a un hospital”. Aquí en España puede pasarnos lo mismo, porque se acaba de anunciar que una de las primeras leyes que se van a aprobar es la de la eutanasia.
Por mi parte, si voy a un hospital de la Seguridad Social, quiero estar seguro de que se va a intentar curarme, no matarme, y en caso que mi curación no sea posible, para eso están los tratamientos contra el dolor.
Conforme a la doctrina de la Iglesia Católica, pido que si por mi enfermedad llegara a estar en situación crítica irrecuperable, no se me mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni que se me prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos. En pocas palabras, sí a los tratamientos paliativos, no a la eutanasia, no al encarnizamiento terapéutico.
Para San Juan Pablo II: “En comunión con los obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal” (San Juan Pablo II, encíclica Evangelium Vitae, nº 65).
La Iglesia, por tanto, rechaza la eutanasia. El Papa Francisco lo confirma en su exhortación apostólica Amoris Laetitia: “La eutanasia y el suicidio asistido son graves amenazas para las familias de todo el mundo. Su práctica es legal en muchos países. La Iglesia, mientras se opone firmemente a estas prácticas, siente el deber de ayudar a las familias que cuidan de sus miembros ancianos y enfermos” (nº 48).
En consecuencia, matar para aliviar el dolor o la agonía no es una práctica ética y el personal sanitario está para curar y no para matar, no siendo desde luego lo mismo provocar la muerte que permitirla.
La muerte es el destino inevitable de todo ser humano, una etapa en la vida de todos los seres vivos que -quiérase o no, guste o no- constituye el horizonte natural del proceso vital. Morir dignamente no puede entenderse como el derecho a terminar con la vida de acuerdo a condiciones propicias creadas artificialmente por los servicios médicos o por un equivocado sentimiento de misericordia con el enfermo. El verdadero sentido de la muerte digna está en la conclusión natural del proceso vital en condiciones humanas de asistencia médica, familiar y espiritual.
El dolor y el sufrimiento no son obstáculos para la vida del ser humano, por el contrario, la experiencia de todos los seres humanos nos dice que esta realidad es parte integrante de la persona considerada en su integridad y totalidad. Tener dolor no significa sin más carecer de dignidad, es la gran oportunidad de reconocer la fragilidad humana y el natural desafío a superarla. La dignidad de un ser humano no entra en conflicto con la propia naturaleza, de tal manera que, envejecer, padecer y morir no son fenómenos que degraden la dignidad de un ser humano.
El 5º punto del acuerdo del próximo gobierno de coalición es aprobar una ley de eutanasia. No parece que esto sea lo que necesita una sociedad como la española, que ya se muere ella solita sin que haga falta que nadie la ayude. Y es que en España el número de nacimientos descendió un 5,8 % y el número de decesos aumentó un 2,1%, durante el primer semestre de 2018. En números absolutos, significa que hay 46.590 españoles menos, sumándose a la tendencia de una población decreciente que viene produciéndose desde hace algunos años.
Nadie tiene derecho a matar a nadie. Y yo, desde luego, personalmente no soy nada partidario de que me liquiden, incluso y especialmente dentro de un hospital.
Emilio Montero