En estos días estamos asistiendo a reivindicaciones sociales de todo género. La ola de calor que padecemos parece haber despertado una honda preocupación en determinados colectivos de padres de alumnos que ven insoportable e inhumano que sus hijos pasen calor en los centros escolares. La sociedad del bienestar, parecen pensar, es incompatible con esa incomodidad padecida por sus hijos en los colegios y exigen de forma urgente -como si de un derecho humano fundamental se tratase- la colocación de aparatos de aire acondicionado en los colegios.
Es hora de dejar claros determinados conceptos fundamentales en la educación de nuestros hijos que determinados papás parecen haber olvidado, preocupados sólo por la comodidad de sus niños, no sea que el exceso de calor les origine un trauma irreversible.
La templanza y la sobriedad en el desarrollo de nuestra vida cotidiana , al margen de que son valores fundamentales en los que es necesario educar a los niños y jóvenes, tienen importantes efectos en nuestra relación con el medio ambiente, al reducir nuestro consumo de bienes superfluos y valorar más los seres que tenemos a nuestro alrededor . En este caso concreto el uso excesivo del aire acondicionado produce un aumento claro de la temperatura exterior, al margen de otros efectos antiecológicos.
Hay que educar a nuestros hijos en la idea clara de evitar gastos superfluos, buscar formas de vida más sencillas, que no requieran muchos bienes materiales que, al fin y a la postre, tampoco dan la felicidad, sino que tantas veces la obstaculizan. La mayor parte de los lujos y muchas de las comodidades de la vida, no sólo no son indispensables sino obstáculos positivos para la elevación de la humanidad…«cuántas más cosas de ésas tienes, más pobre eres».
Los bienes materiales deberían servir para satisfacer nuestras necesidades, no para crearnos otras nuevas, para enriquecernos como personas, con hábitos que nos hagan más nobles, más generosos, que nos ayuden a progresar personalmente. Además, esa actitud ante lo material tendrá un impacto directo sobre la huella ecológica de nuestra actividad, directamente marcada por nuestros hábitos de consumo. Por eso, aunque las novedades técnicas ayuden a paliar algunos de los problemas ambientales que actualmente enfrentamos, la solución más profunda hace referencia explícita a nuestro modo de vida, hacia dónde apuntan nuestros objetivos vitales.
En este sentido, parece clave afirmar con Juan Pablo II que: «…la sociedad actual no hallará una solución al problema ecológico si no revisa seriamente su estilo de vida. En muchas partes del mundo esta misma sociedad se inclina al hedonismo y al consumismo, pero permanece indiferente a los daños que éstos causan (…) La austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio deben conformar la vida de cada día a fin de que la mayoría no tenga que sufrir las consecuencias negativas de la negligencia de unos pocos».
En el futuro pacto de Estado por la Educación -si es que alguna vez se consigue concretar- debe primar por encima de otras consideraciones el fomento del esfuerzo personal para la consecución del hábito del estudio en los alumnos a pesar de que, en ocasiones, las circunstancias exteriores no nos lo faciliten, en lugar de esa -casi patológica- búsqueda de la comodidad por encima de todo.