Aunque el mundo griego y el imperio romano ponen los antecedentes, en Occidente, el paso decisivo hacia lo que hoy consideramos Europa está en la formación del Sacro Romano Imperio con Carlomagno. La caída en 1453 del Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla, y su «traslado» a Moscú como «tercera Roma» dio una nueva configuración a Europa. Oriente y Occidente tienen muchos elementos comunes, pero hay una profunda diferencia. En Oriente, el Imperio y la Iglesia aparecen casi identificados entre sí. En Roma, desde el siglo V, se enseña que el Emperador y el Papa tienen poderes separados. Esta diferenciación de poderes es algo muy occidental. La pretensión, en ambas partes, de poner el propio poder sobre el otro, causará muchos conflictos. Hoy sigue siendo difícil establecer el modo correcto de vivir esta diferenciación.
Posteriormente los momentos relevantes de la Europa moderna hay que situarlos en la Reforma protestante, la Revolución francesa y la Colonización. La Reforma divide Europa en una mitad latino-católica y otra germánico-protestante. Esta se subdivide en diversas Iglesias de Estado, contra las que reaccionan las iglesias libres que buscan refugio en Norteamérica. Con la Revolución francesa se rechaza la fundación sagrada de la historia y de los Estados; el Estado puramente secular, basado en la racionalidad y en la voluntad de los ciudadanos, relega la religión al ámbito privado y sentimental.En los países latinos se da una profunda división entre «cristianos» y «laicos».
Con la Colonización, el triunfo del mundo técnico y secular europeo y de su modo de vivir y pensar, es seguido, en Asia y África, por la impresión de que la cultura europea está agotada. El Islam piensa que puede ofrecer una base espiritual a una vieja Europa que niega sus fundamentos religiosos y morales. En la hora de su máximo éxito político y económico, Europa parece condenada a la decadencia, vaciada por dentro, sin fuerza espiritual y sin niños, forzada a someterse a unos trasplantes que anularían su identidad.
A estos dos modelos se unió, en el siglo XIX, el socialismo: en su forma democrática ha servido de saludable contrapeso a las posturas liberales radicales de los dos modelos existentes. Sin embargo el socialismo totalitario, con su filosofía de la Historia materialista y atea, rechaza la religión como reliquia del pasado; con un dogmatismo intolerante afirma que el espíritu es producto de la materia y que la moral depende de las circunstancias y fines de la sociedad, lo cual supone una ruptura con la tradición moral de la Humanidad. Sin valores independientes de los fines del «progreso», en un momento dado todo puede permitirse o ser necesario, «moral» en un nuevo sentido.
Aunque los sistemas comunistas han fracasado existe una secuela catastrófica: la desolación de los espíritus, la destrucción de la conciencia moral, el desprecio del hombre. Esta herencia del marxismo sigue vigente y puede conducir a la autodestrucción de la conciencia europea, porque cancela las certezas humanas sobre Dios, el hombre y el universo, y liquida la conciencia de unos valores morales objetivos.
En otro orden de cosas el cristianismo y la Ilustración que es otro fundamento ideológico de la Europa moderna, no se contraponen. El cristianismo es genuinamente «laico» porque defiende la libertad religiosa y niega al Estado el derecho de considerar la religión como parte del orden estatal. En este sentido, la Ilustración es de origen cristiano; de hecho ha nacido en ámbito cristiano. Allí donde el cristianismo, contra su naturaleza, se había vuelto religión de Estado, la Ilustración ha tenido el mérito de recordarle algunos de sus valores originales.
Los dos temas característicos de la cultura ilustrada son la racionalidad «científica» y la libertad. El cristiano no quiere ni puede renunciar a estos dos importantes valores de la Ilustración (que por lo demás no le son ajenos), pero, son ya evidentes los límites y contradicciones de «esta» racionalidad y de su mal definida concepción de la libertad.
La razón encontrará más luz si escucha a las grandes tradiciones religiosas. Los diez mandamientos expresan, en la tradición bíblica, exigencias de nuestro ser hombres, que también están presentes en las grandes tradiciones éticas de otras religiones. Una libertad orientada por la verdad de lo que somos podrá construir personas y sociedades dignas, y la Europa que, en el fondo, todos deseamos.