Pasados los días fuertes de la Semana Santa, el Domingo Pascual amanece y con él la alegría: la de los cristianos y la de quienes no lo son. La de los primeros arranca de la resurrección de Cristo. S. Pablo explica su razón con claridad: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana habría sido nuestra esperanza”.
La del resto, a través o en torno a este acontecimiento que tal vez, les dice poco, pero que se constituye en acicate en busca del camino que les lleve a encontrar la suya, gran ausente en demasiadas ocasiones de su vida. Una compañía que, desearía tener y disfrutar sin lograrla.
¿Es acaso, inalcanzable la alegría? ¿Qué requisitos precisa, para mostrarse cercana y asequible? ¿Qué condiciones exige para anidar en quienes la desean?.
En principio conviene señalar que la alegría es algo más, mucho más, que un sentimiento. Si sólo tuviera este origen, no podría darse cuando hace mal tiempo, se pasa por situaciones de dolor o enfermedad o cuando se atraviesan dificultares económicas o familiares. Y sin embargo se da: hay personas que, aún en esas circunstancias, tienen alegría.
¿De dónde, arranca, pues, la alegría?. ¿Qué es lo que la hace fluir? ¿A qué varita mágica recurren quienes la poseen, para hacerse con ella?. ¿A qué buscador hay que acudir para que, al fin, aparezca en la pantalla de nuestra vida? ¿ Cuales son los errores que lo impiden?.
Probablemente el primero de ellos, esté en buscarla fuera, lejos de cada uno, porque es dentro de sí, en la propia inteligencia de cada persona, donde se encuentran su fábrica y maquinaria dispuestas… si encuentran su colaboración.
Colaboración que unas veces será, dejar de lado, por un tiempo, las prisas que impiden que nos fijemos en las personas y cosas que nos rodean; en las miradas expectantes que esperan respuesta; en el trazado de los jardines por los que pasamos o en el colorido de sus flores…
Otra, “apear” del vocabulario habitual, durante una temporada, el “yo” y el “mi”, para dejar paso al “tú”, y al “vosotros”; al “su”, y al “vuestro”. Otra más, dejar de pensar en cosas grandes, como causantes de alegrías enormes. La alegría grande, como los edificios, se construye con pequeñas piezas: una a continuación de otra.
Se podría resumir diciendo que la “colaboración” que se nos pide para conseguir la alegría que todos perseguimos, constituye un listado breve y fácil: Olvido propio: para ello poner lo personal en segunda fila; preocupación por los demás y sus cosas, para ayudarles si lo necesitan. No dejar pasar, sin atender, las pequeñas cosas, agradables, que suelen acontecer, en nuestro entorno.
Breve y fácil. Pero “imprescindible ponerlo en práctica con frecuencia para obtener resultados”, como se lee en algunos manuales de instrucciones.
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