España es un país en el que el patriotismo ha pasado a ser un término olvidado. Vivimos unos tiempos donde cabe esperarlo todo y que no parecen ser los mejores para decidir los destinos de nuestra nación. Ahí tenemos, por ejemplo, los episodios secesionistas de Cataluña, que vienen de muy lejos, y en los que no es fácil de comprender por qué hoy el tema a debatir sobre la mesa haya de ser la independencia sí o independencia no, cuando de lo que se debería estar hablando es de la conveniencia o no de suspender al menos temporalmente su autonomía, por vulnerar gravemente nuestra constitución.
Lamentablemente en España vivimos tiempo de desconcierto. Ya no sabemos muy bien de dónde venimos ni a dónde nos dirigimos. Parece que nos olvidamos de nuestro pasado y de nuestras esencias, valores y principios. Debemos reconocer que estamos bastante desnortados, sin saber muy bien cómo enfrentarnos a problemas graves que nos acucian y ponen en cuestión nuestra propia identidad nacional. Ha bastado con que viniera algún iluminado para poner en jaque lo que creíamos seguro y todo ha comenzado a tambalearse, incluso la propia constitución.
Es evidente que el patriotismo ha dejado de ser valorado por unos ciudadanos, que se han acostumbrado a vivir con un himno nacional sin letra, es decir sin alma, o que ven quemar su bandera nacional sin que ello les provoque dolor e indignación. El patriotismo es visto actualmente como el residuo de un trasnochado fanatismo, no así el espíritu regionalista exacerbado que se enseña en las escuelas vascas o catalanas con cierta dosis de animadversión hacia la madre patria.
Decía J. Jacobo Rousseau que si queremos que los pueblos sean virtuosos, empecemos por hacerlos amar a la patria. Una afirmación rotunda, pero que encierra una enorme riqueza conceptual. No hay que enfrascarse en disquisiciones filosóficas para buscar una definición precisa al patriotismo, porque como acontece en otros términos tales como la libertad o la justicia, no admite una definición categórica que con toda seguridad empequeñecería su contenido.
En un cierto sentido, el patriotismo significa agradecimiento a lo que la Patria nos ha legado y a lo que nos da. Es la expresión de la gratitud debida a los que nos precedieron y procuraron para nosotros una serie de bienes espirituales y materiales que hoy disfrutamos. Por eso, probablemente, escribió Renán que la Patria está más hecha de muertos que de vivos. El patriotismo así concebido es amor a la Patria, porque la Patria no es sólo un pedazo de tierra con sus montañas y mares que la rodean, con sus catedrales y obras de ingeniería, con sus universidades y complejos deportivos.
La Patria, para nosotros la nación llamada España, es además de una unidad territorial, un conjunto de bienes encabezados por cuantos hombres y mujeres han vivido y continúan viviendo en este ámbito territorial, que hablan un mismo idioma, que definen unos mismos ideales de justicia y libertad, que se sienten orgullosos de sus literatos y artistas, de sus conquistadores, navegantes, científicos, santos, filósofos y deportistas.
Las páginas de nuestra historia son pródigas a la hora de mostrarnos a españoles, de uno y otro sexo y de la más variada condición social, ofreciendo sus vidas al servicio de los intereses de la Patria.
No sólo es en la guerra donde la vivencia del patriotismo adquiere cotas más elevadas, también en la paz, aunque quizás de forma menos apreciada, es necesario hacer gala de esta principal virtud. Cada uno, al cumplir exactamente con su deber, mirando siempre el bien común de todos los españoles, respetando nuestras seculares tradiciones y tratando de entregar a las generaciones venideras una nación más justa, más próspera y más libre, pone a prueba la bondad del patriotismo.
Obreros e ingenieros, albañiles y arquitectos, enfermeros y médicos, militares y políticos, sacerdotes y religiosos, literatos y científicos, filósofos y teólogos, administrativos y empresarios, deportistas y estudiantes, padres de familia y autoridades, profesionales de cualquier especialidad, todos, absolutamente todos los que con su trabajo honran a su nación y cumplen generosamente con sus deberes, son unos patriotas.
El patriotismo está por encima de diferencias, ideológicas, religiosas y sociales; implica solidaridad nacional. Pero no aparece en el ciudadano por generación espontánea. Hay que inculcarlo a las distintas generaciones. Si importante es hacer del español un buen ciudadano, no lo es menos hacer de él un buen patriota, como sucede en otras latitudes.
Bien se puede decir que cada pueblo tiene la Patria que se merece, porque a la postre es hija de nuestro esfuerzo.
Emilio Montero