Paul Claudelfue uno de los más combativos y leales intelectuales de identidad e inspiración cristiana de la historia.
Había nacido en Villeneuve-sur-Fère, en el extremo Norte francés, el 6 de agosto de 1868. Claudel, según decía, se bañaba, como todos los jóvenes de su edad, el baño materialista «del cientismo» de la época. Se convirtió al catolicismo , religión de su infancia, asistiendo como curioso a vísperas en Notre Dame de París .
En la noche de Navidad de 1886 Paul Claudel, un joven de dieciocho años, experimentó en la catedral de Notre Dame una poderosa certidumbre que le llevará a abrazar la fe católica. Aquel hecho inexplicable tuvo lugar ante una imagen de la Virgen y el Niño asentada sobre una columna, ante la que se detienen hoy muchos visitantes de la catedral parisina. A Claudel le fue concedida una fe que, según él mismo escribe, ni todos los libros ni todos los argumentos podrían quebrantar. Pero no se le otorgó la paz porque Jesús dijo que no había venido a la tierra traer paz sino división (Mt 10, 34). Su vida entera, como la de cualquier cristiano que desee ser fiel, constituyó una continua lucha. Lo cierto es que su conversión estuvo marcada por un evidente cambio externo: un joven taciturno y reflexivo, empapado de lecturas y convicciones arraigadas sobre el progreso científico, supuestamente liberador, que se imponía con el siglo XIX, se transformó en un hombre locuaz y apasionado. Su nueva fe le impulsaba a una alegría nunca experimentada hasta entonces.
Sirvió a la Francia republicana como diplomático en destinos como Estados Unidos, China o Japón, lo que le aportó un amplio y versátil conocimiento de la realidad mundial. Y su producción literaria habría de deparar obras poéticas como sus Odas (1909), y piezas teatrales tan impregnadas de cristianismo como La Anunciación a María (1909) o El zapato de raso (1929)
Muy polémica fue la posición que adoptó cuando, en plena Guerra Civil española, decidió también erigirse en el guardián de la ortodoxia católica, no vacilando en escribir un poema dedicado «a los mártires españoles» en 1937, lo que le enfrentó con la posición mayoritaria de los intelectuales cristianos franceses, como Georges Bernanos, François Mauriac o Jacques Maritain, quienes habrían de condenar los excesos cometidos por ambos bandos, pero desde el respaldo al republicano.
Las ideas de Paul Claudel, sin embargo, se entienden mejor cuando se escucha su Juana de Arco en la hoguera, un oratorio dramático en once escenas al que puso música Arthur Honegger, estrenado en Basilea en 1938 y, tras su paso por la ópera de París en 1953, llevado al cine por Roberto Rossellini en 1954, con Ingrid Bergman como protagonista. En la antesala de su ejecución, Juana de Arco, que no sabe leer, accede al libro «que han compuesto los ángeles en el cielo para la Eternidad», tal y como le relata el hermano Domingo. Juana de Arco se encuentra esposada, pero afirma que, «más fuertes que las cadenas de hierro son las cadenas del amor». Y enumera los requisitos de su propia fortaleza, la fe, la esperanza y la alegría, antes de cerrar su razonamiento con un «¡Está Dios, que es el más fuerte!».
Paul Claudel decía que «el cristiano se alimenta del amor y de la verdad». Con esa autenticidad ingresó en 1946 en la Academia. Falleció en París el 23 de febrero de 1955.
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