Peligroso liderazgo asiático de China, sin estado de derecho

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Comenzó con la visita a China del jefe de gobierno japonés, Shinzo Abe, recibido en términos de distensión por el presidente Xi Jinping. Aporta esperanzas de deshielo al conflicto latente entre ambas potencias, con el riesgo de implicar a Estados Unidos, principal aliado de Japón en la región. Al margen de cuestiones geográficas concretas, la tensión refleja en el fondo la lucha por el predominio político en la zona, surcada por diversos y potentes nacionalismos estatales, con serias raíces históricas, al menos desde el punto de vista de la mutua confrontación.

Continuó con el acuerdo entre China y Estados Unidos sobre cambio climático en el marco del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). Pekín se compromete por vez primera a una reducción de sus gases con efecto invernadero, aunque no se conocen aún los detalles del acuerdo, de acuerdo con una inveterada tradición china. Pero no se puede olvidar que, según los expertos, Estados Unidos y China son los países responsables de casi la mitad de las emisiones de dióxido de carbono. De hecho, el smog gravita sobre las grandes ciudades del continente amarillo: según un estudio publicado por el diario South China Morning Post, habría causado alrededor de 670.000 muertes en 2012.

Se celebró luego en Pekín la cumbre de APEC, con Xi Jinping, como anfitrión. Abundaron gestos de liderazgo que excedían con creces las exigencias de la mera presidencia periódica del Foro. La principal baza de China en el concierto mundial es la posesión de un extensísimo y apetitoso mercado, que hace silenciar abundantes condicionamientos en materia de derechos humanos. Pero así se viene repitiendo en las últimas décadas.

No es difícil advertir que el liderazgo internacional de Pekín coincide con la decadencia del de Moscú, en buena medida, como consecuencia de arbitrariedades del presidente Putin, especialmente en el contexto del conflicto en Ucrania. No obstante, un apoyo importante a China procede de la propia Rusia, en términos distintos, pero inseparables de la relativa unión de los años cincuenta en plena y mutua vigencia del marxismo. Ahora, más que una empatía ideológica, surge la gran conexión de los oleoductos, que proporcionarán a China gas natural por miles de millones de dólares en los próximos treinta años. Desde luego, sigue uniéndoles la figura del enemigo, tan importante en la vida pública como señaló Karl Schmitt: los Estados Unidos. Esto, al margen del mencionado acuerdo en materia de medio ambiente.

La sagacidad china se manifiesta en decisiones adoptadas en las grandes asambleas, de modo particular en las plenarias del partido comunista. Las adoptadas en octubre fueron recibidas con aplausos en buena parte del mundo civilizado, en cuanto prometen poner fin a la tortura en las investigaciones criminales y reforzar el estado de derecho en los procesos. No será fácil la transición en un país en que prevalece el derecho administrativo sancionador sobre el ordenamiento penal y –como en los regímenes comunistas clásicos la clave sigue siendo la confesión del reo. Así ha sucedido con las recientes condenas por corrupción a líderes del partido, sin llegarse a conocer las fronteras entre enriquecimiento injusto y apartamiento de la lucha por el poder.

Tal vez asistamos pronto a cambios terminológicos sin afectar a la realidad de los hechos. Se repetiría lo sucedido, por ejemplo, con la sustitución de los “campos de reeducación a través del trabajo” por “centros de custodia y educación” (incluso, “centros de desintoxicación para drogadictos”). De hecho, las palabras de Xi Jinping permiten todo tipo de cautelas, pues califica al estado de derecho con adjetivos poco inteligibles para la mentalidad occidental: “estado de derecho con características chinas”. Y no se ve cómo podrán conciliarse posibles reformas jurídicas con la tajante afirmación del presidente Jinping de que “el liderazgo del partido y el estado de derecho socialista son una sola cosa”.

En definitiva, el estado de derecho no significaría la supremacía de la ley sobre cualquier ciudadano –investido o no de poder , sino la coherencia del sistema legal con las directrices del partido: es decir, la sumisión del orden jurídico a una instancia política fundamental. Por ahí discurre la crisis de Hong Kong, lejos de los compromisos históricos con el Reino Unido. Y por eso suscita temor el creciente predominio de China en la región asiática y tal vez en todo el planeta.

 Salvador Bernal

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