Así estuvo, literalmente, todo el mundo, desde que, el 5 de agosto, llegó la noticia del derrumbe y desaparición de 33 mineros dentro de la mina San José, en el desierto de Atacama, en Chile. Cuando el paso de los días iba empañando la esperanza de encontrarles con vida, -en caso dar con ellos-, se supo que estaban los 33, sanos, en el refugio. A partir de ese momento, los planes para llegar hasta ellos, apiñaron más a ese mundo que seguía las noticias con interés, al tiempo que comenzaba a intuir el ambiente que se podía estar viviendo en aquella profundidad y comenzaba a sentir a aquellos mineros, enterrados en vida, como cosa propia.
Llegó la primera noticia que hablaba de su posible rescate con la Navidad como horizonte. Luego vinieron las de los taladros para conectar con el lugar y más tarde la del contacto. El mundo vibró al oírles hablar con sus familias, al saber que recibirían alimentación adecuada y ayuda psicológica, y al conocer las noticias que, corrigiendo las anteriores, reducían el plazo de ese rescate.
Mientras los técnicos trabajaban en la consecución del objetivo, surgió de forma espontánea, en pleno desierto, un campamento al que bautizaron con el nombre de “Esperanza”. En él, los familiares de los mineros con la fortaleza que da la esperanza, contaban los segundos de todas las horas de cada día, rezaban y esperaban con fe cada vez más firme. De su fe y afán de trabajo, habla la escuela que montaron para los niños.
En tanto esto ocurría en Chile, el resto del mundo seguía ávidamente pendiente de las noticias que de allí seguían llegando. El valor de la vida, de 33 vidas, creó la unión y la cadena de afecto y oración en muchos casos, que llegó a todos los rincones del mundo.
No permanecían ociosos los mineros en su forzada inactividad. Han contado que, cada uno, asumió un papel que cumplió hasta el final, en beneficio de los demás y que en ése, hasta entonces impensable retiro del mundo, cada uno se enfrentó consigo mismo y replanteó sus relaciones con los demás y con Dios, al que volvieron su corazón y del que hablaban como del Amigo en el que se podía confiar.
Les rescataron. Mucho antes de lo previsto, pero con tiempo suficiente para el cambio. Quienes bajaron a la mina como compañeros, subieron de su fondo como amigos y la rutina del turno de trabajo, se convirtió para ellos en ocasión de mudanza vital.
Quiera Dios, a quien tanto invocaron, que nada les haga cambiar las decisiones tomadas, incluidas las tentadoras ofertas de notoriedad o dinero.