No hace mucho un supuesto artista, ha tratado de suplir su mediocridad creativa con grandes dosis de provocación, dedicándose a robar doscientas cuarenta y ocho formas consagradas de iglesias de Madrid y Navarra para formar en el suelo la palabra “pederastas”, y presentarlo en Pamplona como una obra de arte en la exposición titulada “Desenterrados”. Mientras lo hacía, se ha fotografiado desnudo delante del engendro y ha colgado esas imágenes en las redes sociales.
Sustituir el arte por un ataque a las libertades y por un espectáculo, y utilizar la mayor agresión que se le puede hacer a los católicos para hacerse propaganda, pone en evidencia dos hechos: la clara intención de ofender del supuesto «artista», y la complicidad de un Ayuntamiento que presta las instalaciones de todos para atacar las creencias de sus propios ciudadanos.
El propio Arzobispado de Pamplona, ha puesto en marcha sus propias acciones jurídicas y ha organizado actos religiosos de reparación, como sendas misas en las catedrales de Pamplona y Tudela.
La apelación de este supuesto arte no exime de responsabilidad ni al alcalde ni al pretendido artista. Así lo ha entendido la Asociación Española de Abogados Cristianos, que ha presentado una querella contra el alcalde de Pamplona por impulsar esta exposición sacrílega en la capital navarra.
También diversas organizaciones se han movilizado para frenar esta ofensa a millones de ciudadanos con una recogida de firmas que ya supera las cien mil. Del mismo modo, MasLibres.org denunció ante la oficina del Defensor del Pueblo la exposición.
El alcalde de Pamplona no ha sido elegido para que con el dinero de los contribuyentes se agreda a los católicos, que como los creyentes de cualquier otra religión tienen derecho a que sean respetadas sus creencias, sus símbolos y sus lugares de culto.
Los cristianos ya deberíamos estar curados de espanto en España, sin embargo es la primera vez que experimentamos la agresión física todos juntos, no solo por la humillación del cuerpo vivo de Cristo, que como cualquier creyente sabe con certeza está en la Forma consagrada, sino por el hecho de descubrir una insensibilidad desconocida, capaz de atacar sin contemplaciones lo más íntimo de las personas.
Lo más espeluznante de este caso es la falta de empatía de algunos políticos para entender por qué muchos ciudadanos se sienten agredidos por la profanación del núcleo de sus creencias y lo que da sentido a sus vidas.
La neutralidad significa, esencialmente, que el Estado se obliga a sí mismo a esa empatía; reconoce, respeta y protege la fe del otro, porque es una dimensión fundamental de la persona que contribuye al bienestar de una sociedad ordenada.
Emilio Montero