Según van pasando los años, la vida nos acerca o nos distancia de las personas con las que compartimos amistad en algún momento. De nosotros depende avivar el fuego que queda en nuestros corazones, para que esa amistad se conserve y no se vaya apagando…
Seguimos diversos caminos
hacia los que nos lleva
el devenir de la vida:
cada cual tomó su rumbo
según sus avatares,
sus circunstancias,
sus decisiones
de hombre responsable
en la madurez…
No nos fue mal,
no podemos quejarnos,
a pesar de los reveses,
de las dificultades:
los momentos de gozo,
de alegría,
se mezclaron
con los de dolor,
las contradicciones,
los golpes duros…
Y nos hemos vuelto a reunir,
llevados por el afecto,
para recordar el pasado
que compartimos en la infancia,
y en la adolescencia,
día a día,
durante tantos años.
¿No os dais cuenta
de que hay algo más hondo
que la triste nostalgia
por el pasado?
¿Notáis algo más firme
que el vano intento
de recuperar un tiempo
que quedó atrás
definitivamente…?
Gracias al optimismo,
al cariño, a la entrega
de quienes provocaron esa chispa,
ha vuelto a tener fuerza
el fuego de la amistad,
y, una vez que se avivó el rescoldo,
ha vuelto a dar calor
a esos sentimientos
que nunca se apagaron.
¡Es la ilusión
de retomar los lazos,
de volver a estar pendientes
unos de otros,
de compartir presente y futuro!
A cada uno nos toca
poner de nuestra parte
para que no pierda fuerza
la hoguera que construimos
y siga viva
la llama del afecto,
dando luz y calor
a nuestros trabajados corazones.