Sereno y confiado, vive cada momento
de la enfermedad, ya próxima la muerte.
Como vivió sereno cada día de su vida,
en coherencia con sus profundas convicciones,
acepta como siempre la voluntad de Dios
que hoy le pide el abandono absoluto,
la entrega de todo lo que ha sido,
para acogerle en sus brazos de Padre.
Mientras las cámaras son los ojos
que invaden toda intimidad
y la voz de decenas de locutores
confluyen como en un solo micrófono,
absorto al espectáculo que transmiten las antenas,
él percibe en lo más profundo de su ser
las oraciones de hombres y mujeres,
de ancianos, de jóvenes, de niños,
de cualquier continente, de cualquier nación,
de cualquier color y raza,
testimonio de la Comunión de los Santos,
que une al mundo en una gran plegaria
por el testigo vivo del mensaje de Dios.
Atleta del espíritu y del cuerpo,
luchador de la libertad y del amor,
gigante en la defensa de la vida,
sabe que su fortaleza es prestada
y que, una vez que todo está cumplido,
le espera la corona de la salvación,
para seguir viviendo eternamente
y seguir eternamente dando gloria
a Cristo que vino a dar sentido al hombre.