Poesía solidaria: «Tiempo de crisis, tiempo de oportunidades» (1)

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felicidadEl mundo se desmorona
a enorme velocidad:
cada día más personas
se apartan de la Verdad;
alejándose de Dios,
el Sol que nos ilumina,
se va perdiendo el calor
que da sentido a la vida;
centrado en lo material,
que anestesia la cabeza,
abre las puertas al mal
a través de la tibieza.
 
Cegado por el poder
y preso del egoísmo,
corre detrás del placer
esclavo del hedonismo.
Estas mezclas explosivas,
de consecuencias letales,
con sus ondas expansivas
vuelan pueblos y ciudades.

Corrompidos los cimientos
donde el hombre estaba firme,
ya sólo falta que el viento
el edificio derribe;
destructivo vendaval
que a las almas atormenta,
según aumenta el caudal
de las aguas turbulentas.
 
Aparecen las mentiras
escritas en letra impresa,
que fácilmente intimidan
a personas que no piensan,
y también a las sencillas,
con escasa formación,
que se creen a pies juntillas
cualquier ajena opinión.

Y más si en una pantalla
la imagen que han escogido
a los juicios avasalla
y abotarga los sentidos.
 
No buscan enfrentamientos
que pudieran dar lugar
a serios razonamientos
con tiempo para pensar
y según vayan creciendo
aquellas nuevas costumbres,
la verdad van destruyendo
y siembran incertidumbres.

Nos pasamos media vida
huyendo del sufrimiento:
es una causa perdida,
pues llega en cualquier momento.

Aparece con los años
y aún en plena juventud,
a través de un desengaño,
y nos llena de inquietud;
por un revés de fortuna
o por una enfermedad,
por la muerte inoportuna
o quedando en soledad;
sea cual sea la causa,
llegará sin avisar
y se adueñará del alma
sino acostumbra a luchar.
 
Aunque algunos se rebelan
llegando a desesperar,
hay otros que experimentan
profunda serenidad;
unos no encuentran sentido
y rechazan el dolor;
otros sirven de testigos
al sufrirlo por amor.

Las circunstancias más duras
a algunos llegan a hundir,
en cambio, otros maduran
y se crecen al sufrir.

Según el trato que da
a los débiles y enfermos,
se ve si una sociedad
comprende los sufrimientos.

El desprecio de la vida
se propaga de tal suerte,
que progresa decidida
la cultura de la muerte:
se ataca como gran mal
la nueva vida naciente
y se le anima a abortar
a la madre adolescente;
si se cruza en un momento
cualquiera de la existencia
el dolor y el sufrimiento,
esa vida se desprecia
y se propone acabar
sin darle más importancia
como si fuera normal
aplicarle la eutanasia.

Dañaron con sus torpedos
la línea de flotación
quienes buscaban certeros
ataques al corazón:
si destruyen la familia,
a fuerza de sinrazón,
saben el daño que mina
las raíces de la flor;
en vez de ser el hogar
una labor en equipo,
lo pretender transformar
en un reino dividido;
lugar de amor y sosiego,
de entrega sin condiciones,
se convierte en un infierno
si el orgullo lo corrompe;
si cada cual se preocupa
solamente de sí mismo,
el hogar es una lucha
donde triunfa el egoísmo.

Los hijos sufren a veces
las peores consecuencias
de que los padres se enfrenten
por duras desavenencias;
y otras veces se convierten
desde niños en tiranos,
si los padres no comprenden
cómo tienen que educarlos.

El desorden se apodera
de sus mentes doloridas,
mientras confusos contemplan
lo compleja que es la vida,
ya que a veces les aplauden
lo que otras les recriminan,
hasta que al final no saben
ni las reglas más sencillas.

Si el ejemplo de los padres
a veces no es el debido,
se despistan los chavales
en medio del desvarío,
cuando ven que solo buscan
aquello que da placer
y que nadie les educa
lo importante que es ser fiel;
como ven que todo vale
para lograr su objetivo,
no existe nada que pare
lo que manda su albedrío.
 
En la vida disfrutar
sin hacer ningún esfuerzo
es el máximo ideal
de jóvenes y pequeños;
sin tener ninguna norma
que encauce su educación,
parece que les estorba
la menor contradicción
 
El caos al final impera
y el orden se desvanece:
en un “sálvese quien pueda”,
esa familia perece…

Quienes lejos del hogar
buscaron sitio mejor
para poder trabajar,
sufrieron el desamor:
lejos de sus familiares
y lejos de sus amigos,
entre costumbres dispares
temerosos y aturdidos,
pusieron todo su afán
en los bienes materiales:
de lo que quedaba atrás
no volvieron a acordarse.

Deslumbrados por el lujo,
cegados por el dinero,
en sus vidas se produjo
un seísmo verdadero,
que de todo lo pasado
por fuerza les separó
sin tiempo de asimilarlo,
rompiendo su corazón.
 
Ya con las naves al pairo,
sin fuerzas para remar,
sufrieron el desarraigo
que les hizo naufragar.

Atrás dejaron costumbres
de probada tradición,
sin nada que les alumbre
dando luz a la razón.

La familia dividida,
la tormenta de pasiones,
los afanes de la vida
sin cuidar las emociones,…
y fueron arrinconando
y abandonando la fe,
que apenas se había arraigado
y no dejaron crecer.

El hombre vive apartado
de la presencia de Dios,
sin conciencia de pecado
que es ofensa a su Creador,
usando la inteligencia,
que el Señor le regaló,
para negar su existencia
y olvidarse de su amor.

Sin vergüenza ni pudor
hablan los hijos del mundo,
sin sentir ningún rubor
aunque defiendan lo absurdo,
mientras viven apocados
-sin atreverse a opinar
por los respetos humanos-
quienes buscan la verdad.

Por temor a los insultos,
quizás a perder la fama,
prefieren llevar ocultos
los pensamientos que guardan,
sin darse cuenta que así
le hacen el juego al demonio,
que se divierte feliz
cuando no dan testimonio.

A veces causan asombro
las reacciones que tenemos:
olvidamos que el demonio
está para sorprendernos.

Lleva mucho adelantado
si nos olvidamos de él;
si decimos:”no hay pecado;
es un invento de ayer”.

¿No has vivido la experiencia
de sentir en tu interior
la desidia, la indolencia,
la soberbia o el rencor?
Son más que debilidades
que afectan a la razón:
son profundas realidades
que forma la tentación;
pero es posible vencer
sino caes en la falacia:
puedes hacer siempre el bien
con ayuda de la gracia.

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