¿Por qué el Universo se ha tomado la molestia de existir?

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La existencia del universo es innegable, pero la explicación de su abrumadora presencia no es evidente. Una posible respuesta supone que es el resultado de múltiples casualidades. Otra, con Einstein a la cabeza, lo compara a una gigantesca biblioteca cuyos libros han sido necesariamente escritos por alguien. En uno y otro caso, el cosmos podría no haber existido. De hecho, como afirma Stephen Hawking, hay una pregunta radical que nunca podrá ser contestada por la ciencia: ¿Por qué el Universo se ha tomado la molestia de existir? El Big Bang no responde a esa cuestión. Chesterton, que miraba el mundo desde la admiración permanente, expresará esa contingencia radical con palabras sencillas e insuperables. Hasta que comprendemos que las cosas podrían no ser, no podemos comprender que las cosas son. Filósofos y científicos llenos de matices suelen repetir que la creación no es necesaria, pues el Universo ha existido y existirá siempre. Se llevarían una buena sorpresa si supieran que Tomás de Aquino también dijo que el mundo bien podría no tener principio ni fin. Aunque el Aquinate añadió que lo único de lo que no puede carecer es de Creador. Porque un Universo sin Creador sería como una inmensa inundación de agua saliendo de ningún sitio. Por eso, si el Big Bang es una hipótesis, la existencia de un Dios creador no lo es. En esa línea, si algo le parece claro a Chesterton, es que el mundo no se explica por sí mismo.

Nada de lo que conocemos se ha dado la existencia: todos los seres –tanto vivos como inertes– son eslabones de una larguísima cadena de causas y efectos que han recibido la existencia y la transmiten. También las tuberías contienen agua porque la han recibido. Por eso, detrás del más complejo sistema de tuberías, debe haber algo que no sea tubería: un depósito. De igual manera, detrás de todo el complejo universo de seres que han recibido y transmiten la existencia, ha de haber un Ser que exista por derecho propio y comunique la existencia a los demás. Chesterton advierte la enorme falta de lógica que supone «rechazar a un Dios que hace las cosas de la nada, y en cambio creer que de la nada han salido todas las cosas». Además, le parece evidente que el Universo responde al diseño de una Voluntad personal, presente en su obra como el artista en la obra de arte. Y, si tenemos derecho a investigar quién pintó las cuevas de Altamira y pulió las flechas de sílex, tenemos el mismo derecho a preguntarnos quién ha diseñado el Universo.

Un diseño que, «cualquiera que sea su significado, es bello, y debemos agradecerlo con humildad y modestia, tomando borgoña y buena cerveza, sin abusar». Basta abrir los ojos para ver un mundo ordenado según ciertas leyes, y una verde arquitectura que se construye a sí misma sin ayuda de manos visibles, según un plan predeterminado, como un dibujo ya trazado en el aire por un dedo invisible. Esa constatación ha llevado a la mayoría de la humanidad a pensar que el mundo obedece a un plan. Un plan trazado por algún extraño e invisible Ser, que al mismo tiempo es un amigo, un bienhechor que ha colocado los bosques y las montañas para recibirnos, y que ha encendido el sol como un criado prepara el fuego a sus señores. La experiencia de esa gran Ausencia, muy anterior al Cristianismo, funda tanto las religiones como las ciencias.

Si un juicio precipitado ve oposición entre ambos ámbitos –el religioso y el científico–, una mirada serena ve sintonía. Einstein calificó el orden cósmico como milagro y eterno misterio, pues «a priori solo cabría esperar un mundo caótico, imposible de ser comprendido». El orden pone de manifiesto uno de los componentes inmateriales de la materia: la finalidad con que ha sido diseñada. Solía decir el padre de la fisiología médica, Claude Bernard, que «no es temerario creer que el ojo está hecho para ver». Anteriores a Einstein y Bernard, científicos como Copérnico, Descartes, Newton o Galileo serán más explícitos e interpretarán el Universo –igual que Chesterton– como el espacio que Dios ha creado para encontrarse con el hombre. Con metáfora más propia de un escritor: «Siempre me ha parecido que la vida es, ante todo, un cuento. Y esto supone la existencia de un narrador».

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