Josh Herring enseña humanidades en un colegio de Estados Unidos. Y como tantos colegas en otras partes del mundo, ahora regresa a las aulas tras las vacaciones. El secreto de su optimismo es recordar lo que le llevó a elegir esta profesión.
En Estados Unidos, más de tres millones de profesores de primaria y secundaria volverán a subirse a la tarima este curso, calcula Herring en un artículo publicado en The Federalist. Al mismo tiempo, más de 200.000 colegas dejarán su trabajo, la mayoría por razones distintas a la jubilación.
Fuente: The Federalist
Hay motivos para sentirse “quemado”. Entre otros, este profesor cita las agotadoras horas de clase, los sueldos modestos, los correos electrónicos de los padres, los informes a la administración de turno… Con este panorama, ¿por qué querría alguien estar deseando reanudar sus clases?
Herring ve dos razones de peso. Ama la enseñanza por las relaciones que establece con sus alumnos, a los que aprecia, enseña y ayuda a mejorar, y por el gusto por aprender.
En este sentido, considera la docencia “la más elevada profesión liberal”; aquella que, pese a estar sometida a la lógica presión de presentar resultados, permite dedicarse al saber por sí mismo. Al preparar sus clases, los profesores “nutren sus almas” con ideas y lecturas estimulantes, “renuevan sus mentes” y aprenden nuevas materias y formas de explicar, lo que les permite seguir contagiando la pasión por aprender.
Esta mentalidad ha llevado a Herring a organizar un club de debate fuera de las horas de clase. Es una de las muchas actividades extraescolares que ofrece su colegio. “Ninguno de estos clubes tiene un enorme valor práctico. Por supuesto, los estudiantes que participan adquieren destrezas en algún área, pero ese no es realmente el objetivo. Estos clubes existen porque las personas disfrutan haciendo aquello a lo que se dedica el club”. Así, alumnos y profesores aprenden a levantar la cabeza más allá de lo práctico y “hacen que la escuela sea un lugar mejor”.
Para quien concibe así esta profesión, concluye Herring, “la enseñanza es una especie de ideal”, que reserva múltiples satisfacciones.