Rara es la semana que no trae noticia de una nueva víctima de violencia doméstica. Víctima que, salvo contadas excepciones, siempre es una mujer. Ni la Ley promulgada para erradicar esta lacra, ni las denuncias, ni los mandatos de alejamiento, han conseguido, hasta ahora, frenar esta alocada carrera. Siendo la mujer su víctima principal, en ella habría que poner y fijar la atención.
Descubrir qué cosas le podrían ayudar, qué detalles debería cuidar para evitar, en lo posible, situaciones que acaban como sabemos, sería interesante, aunque el mediar sentimientos, todo se vuelve más complicado.
Para empezar, sería importante por aquello de “lo que pronto se aprende tarde se olvida”, enseñar a los niños, desde pequeños, a hacerse respetar, respetándose a sí mismos y a los demás. Si no, más tarde pueden ocurrir cosas como esta: El pasado invierno varias personas observamos mientras nos dirigíamos a nuestras obligaciones cómo cuatro muchachos, se peleaban. Dos, en el suelo, recibían los golpes de los otros dos que, a todas luces, los dominaban.
Al acercarnos acabó la pelea y los dos del suelo se levantaron. Entonces comprobamos que, – quienes lo hacían, medio en serio medio en broma, decían “floridos piropos”, entiéndanse gruesos insultos y no menores tacos a los “atizadores”, a la vez que se recomponían la ropa y echaban a andar… -, eran dos chicas.
Al pasar junto a una de las personas espectadoras, ésta les dijo: “Esto que ahora os hace gracia, puede acabar en violencia doméstica”. La reacción primera fue una mirada entre incrédula y asombrada. Luego, otra agradecida y la respuesta: “¡Pues es verdad!”.
Cuando los chicos se les unieron, curiosos por saber qué les habían dicho, su respuesta fue: “A vosotros no os importa”. Y echando a andar, les dieron la espalda.