El síndrome de Down es una combinación cromosómica natural que siempre ha formado parte de la condición humana, existe en todas las regiones del mundo y habitualmente tiene efectos variables en los estilos de aprendizaje, las características físicas o la salud.
El acceso adecuado a la atención de la salud, a los programas de intervención temprana y a la enseñanza inclusiva, así como la investigación adecuada, son vitales para el crecimiento y el desarrollo de la persona.
En diciembre de 2011, la Asamblea General de la ONU designó el 21 de marzo Día Mundial del Síndrome de Down. Con esta celebración, la Asamblea General quiere aumentar la conciencia pública sobre la cuestión y recordar la dignidad inherente, la valía y las valiosas contribuciones de las personas con discapacidad intelectual como promotores del bienestar y de la diversidad de sus comunidades. También quiere resaltar la importancia de su autonomía e independencia individual, en particular la libertad de tomar sus propias decisiones.
Sin embargo por duro que parezca, el deseo de prevenir que nazcan chiquillos con invalidez genética está llevando a un progresivo empleo del dictamen prenatal que, en caso de ser desfavorable, terminará en un aborto de estas personas.
Por hiriente que resulte la pregunta, nos debemos interpelar: ¿Nos hemos empujado a una tarea de rastreo y aniquilación que busca la extinción de algunos grupos de personas, como los aquejados con el síndrome Down, los que sufren dolencias cerebrales o físicas?
Por otra parte, conviene aclarar que nace una criatura con el síndrome Down por cada 800 partos, entre mujeres de 30 a 34 años. Lo inaceptable es que ya apenas nazcan críos con el síndrome de Down, porque son eliminados cuando aún están recluidos en el seno materno.
Los niños y niñas down poseen una gran capacidad de dar y recibir cariño, les encantan los bebés y los niños pequeños. Requieren un plus de atención por parte de los padres, al igual que otros muchos tipos de niños y niñas con algún tipo de singularidad, pero este hecho es bastante gratificante para padres y cuidadores, ya que son seres muy agradecidos y en general dóciles y muy responsables cuando consiguen acceder a un puesto de trabajo. Cada hijo es diferente y se les quiere de forma diferente. En el caso de las personas con síndrome de down este cariño es claramente retroactivo.