En esencia fueron un fenómeno que, cuanto menos en su origen, constituye una manifestación de religiosidad, encauzada y promovida al más alto nivel por el papado. Por ello no es de extrañar que inspirara recelo —y aun inquina— a los adversarios de cuanto representaba la Cristiandad medieval: esto es, a los escritores protestantes y, también en la Europa católica, a los ilustrados precursores de la Revolución. Unos y otros deploran y ridiculizan las cruzadas como otro elemento más de su consideración erronea, de la Edad Media como una época tenebrosa, de fanatismo y barbarie.
La crítica sobre las cruzadas hecha desde el campo protestante e ilustrado no se molesta por tratar de comprender el fenómeno procurando penetrar en la mentalidad de la época, sino que llega al extremo de la descalificación más grosera e insultante, como considerar las cruzadas como «la cloaca de la Cristiandad» o que deberían ser tenidas como «el monumento más señalado y perdurable a la locura humana» o «el principio de las cruzadas fue el fanatismo salvaje». Voltaire las describió como «una epidemia de furia que duró doscientos años y que estuvo siempre marcada por toda la crueldad, perfidia, depravación y locura de que la naturaleza humana es capaz», y Diderot, en fin, las vio como algo propio de «una época de la más profunda obscuridad y más enorme locura» Escribiendo con la libertad del ensayista —sin la responsabilidad del historiador— estos autores procuraron divulgar una imagen negra de las cruzadas, con esos juicios tan sumarísimos y refractarios a matizaciones.
Ya en el siglo XIX, el espíritu del romanticismo traerá consigo una rehabilitación parcial de la Edad Media, principalmente por motivos estéticos. A esta época pertenece la primera gran obra histórica sobre las cruzadas, la Histoire des croisades (1812-1822) de Joseph François Michaud, obra cuya concepción no es insensible al protagonismo francés en aquellas expediciones. Un autor tan representativo del clima moral de la Restauración como Chateaubriand llegará a escribir que las cruzadas, por constituir una guerra contra «un sistema de ignorancia, despotismo y esclavismo», salvaron al mundo de «una nueva invasión bárbara». Esta revalorización de las cruzadas se opera en un contexto de exaltación de las conquistas de la civilización occidental y nacionalismo asociado al advenimiento de la gran época del colonialismo e imperialismo.
Al mismo tiempo, la publicística, la prensa y la propaganda política fueron acostumbrando al público general a la utilización del término «cruzada» en un sentido impropio, aplicándolo por analogía a toda suerte de guerras justas o luchas que se quería presentar como idealistas y desinteresadas, en pro de la verdad y la justicia (por ejemplo, la retórica de cruzada sería evocada en relación con grandes conflagraciones bélicas del siglo XX, como las dos Guerras Mundiales y la Guerra civil española).
En la prensa y en la cultura popular no faltarán, en los últimos tiempos, ejemplos de ignorancia y manipulación que, de manera más o menos consciente, tenderán a repetir algunos de los dicterios ilustrados citados más arriba. Desgraciadamente, la utilización del tema de las cruzadas por algunos políticos eminentes no siempre ha estado acompañada de conocimientos sólidos o buena información.
Si a una persona cualquiera, sin especiales conocimientos históricos, se le pregunta por algún suceso o elemento propio de la Edad Media, es seguro que las cruzadas acudirán típicamente a la mente de muchos. Se trata de un fenómeno complejo, como hemos visto, pero que frecuentemente se representa con perfiles demasiado simplificados —cuando no caricaturescos— en el ámbito de la cultura popular. En novelas de ambientación histórica, películas de cine y series de televisión, incluso en otras manifestaciones tales como los video-juegos, las historietas o los juegos de rol, la visión de las cruzadas atrae fácilmente el interés y hace volar la imaginación de un público general, entre otros motivos por sus aspectos de aventura (es un tema que se presta fácilmente a un enfoque narrativo) y exotismo. Estos mismos aspectos hacen que muchas veces la visión resultante quede distorsionada por el sensacionalismo.
Por otra parte, incluso el historiador más partidario de la objetividad ha de reconocer que por su complejidad y riqueza de facetas, el tema se presta como pocos a «resbalar» por defecto de información o carencia de neutralidad. Un peligro siempre al acecho es la tendencia, a veces inconsciente, a concebir y enjuiciar hechos del pasado de acuerdo con las ideas y la sensibilidad de nuestra propia época, de lo que resulta inevitablemente un anacronismo y, muchas veces, la incapacidad para comprender los hechos tal como se dieron y entendieron en el pasado.
Las cruzadas no fueron concebidas originariamente ni ejecutadas como guerras de conquista encaminadas a extender territorialmente la Cristiandad a costa del islam, sino sobre todo como operaciones dirigidas a socorrer a los cristianos orientales, y a defender el Santo Sepulcro y los demás lugares santos de Palestina para utilidad de los peregrinos; el elemento de conquista se entendía limitado a recuperar aquellos territorios que habían pertenecido previamente a la Cristiandad.
Como tales guerras, en las cruzadas se desplegaron elementos de una gran crueldad y muy vergonzosos desde todo punto de vista moral. En todo caso, las cruzadas presentan similares características de crueldad que otras guerras de entonces, según los usos y la tendencia general de la época: «las cruzadas no hicieron más violento al mundo cristiano e islámico de lo que ya era antes, fue ese mundo violento el que alumbró las cruzadas»
Tal vez lo más distintivo de estas empresas, desde un punto de vista práctico y organizativo, sea que, a diferencia de otras guerras, la participación en las mismas fue siempre voluntaria pues los combatientes libremente decidieran abrazar esta causa y encaminar sus pasos hacia Tierra Santa: y es que el voto de cruzada, como cualquier otro voto, sólo podía tener validez si era fruto de una decisión personal, consciente y libre.
El Ultramar latino formado a partir de las conquistas de los cruzados constituyó un interesante ejemplo de ámbito mestizo (hasta cierto punto), espacio de contacto e intercambio cultural entre Oriente y Occidente. Se han podido estudiar también transferencias culturales de la más variada índole, desde elementos artísticos hasta técnicas militares, pero no hay duda de que las cruzadas tampoco se hicieron para enlazar con la cultura y los productos del Oriente. Ámbitos mucho más relevantes y productivos de estos contactos culturales de la Cristiandad latina con el islam existían ya en Occidente, sobre todo en España y Sicilia (donde tanto se tradujo del árabe al latín).
En manos de los historiadores queda siempre la tarea de precisar y entender cómo fueron las cruzadas medievales, y cómo fueron vividas por sus contemporáneos, de acuerdo con los testimonios de la época que han llegado a nuestro conocimiento: un empeño que, pese a las apariencias, no resulta fácil ni exento de controversias y que, por ello mismo, es seguro que aún ha de rendir frutos apreciables de investigación e interpretación.