Seguimos con el rollo de la Ley de la Memoria Histórica, ahora con el asunto del Valle de los Caídos; flaco favor a una sociedad que mucho, mucho tiempo atrás había superado el trauma de la guerra civil. Además: ¿Qué memoria? ¿Qué huella? Casi la mitad de los españoles de hoy nació después de 1975. Para los otros, la memoria real del franquismo se limita a los años felices del desarrollo económico. Muy pocos recuerdan el dolor de la guerra y sus desastres. Y entre éstos, lo más vivo no es la guerra, sino, al revés, la paz, porque fue precisamente esa generación la que saltó sobre sus cicatrices, juntó sus manos y llevó a España al periodo de mayor crecimiento de toda su historia.
Esa generación fue propiamente heroica. Gracias a ella se cosieron las tópicas “dos Españas”; gracias a ella se construyó un país moderno; gracias a ella pudo haber después una transición pacífica a la democracia. Es lamentable que sus nietos vengan a arruinar su trabajo. Es de una gran ingratitud.
La historia para ser historia debe ser objetiva, impersonal, imparcial y exacta y aportar pruebas que confirmen la veracidad de lo que se relata. Si no es así tenemos que aceptar la definición del escéptico que aseguraba que “la historia es el relato de unos hechos que nunca ocurrieron contados por uno que no estuvo allí”. Pero la historia sobrevive a los hombres. La Historia no hace acepción de personas. Para el historiador no puede haber buenos y malos, tan sólo acontecimientos y protagonistas.
Gran parte de las medidas que se adoptan, en virtud de la aplicación de dicha Ley, parece que tienen por objeto ofender a determinados muertos, pero los muertos ya han cruzado la frontera y los agravios no les alcanzan. Se ofende a los vivos. ¿Es esto lo que se pretende? ¿Se promulgan leyes para abrir heridas ya cicatrizadas? ¿Saben tan poca Historia los que así legislan que ignoran que en una guerra todos pierden? Y aún más en una guerra civil en la que se ven forzados a luchar hermanos contra hermanos y padres contra hijos.
La guerra es una de las plagas bíblicas y para tratar de impedirla están los políticos y los militares. Cuando la política fracasa, son las Fuerzas Armadas las únicas capaces de devolver la paz a los pueblos. “Solo quien tenga de la naturaleza humana una idea arbitraria tachará de paradoja la afirmación de que las legiones romanas y, como ellas, todo gran ejército, han impedido más batallas que las que han dado” (Ortega y Gasset. España Invertebrada).
A los militares no les gusta la guerra. “Sólo aman la guerra los que no la conocen” decía Erasmo de Rotterdam, pero si van a la guerra tienen la obligación de ganarla.
En la última guerra civil (1936-39) los militares españoles cumplieron con su deber, fueron a la guerra. Hubo vencedores y vencidos, pero creo que todos los militares profesionales pelearon con dignidad.
A causa de los vaivenes de la política ha irrumpido la memoria histórica, que se está llevando por delante gran parte del callejero de las ciudades españolas, arrancando algunas páginas del Libro de la Historia.
Los militares si en algo se distinguieron fue en el exacto cumplimiento de su deber y en estar siempre dispuestos a derramar hasta la última gota de su sangre en la defensa de España, como en su día juraron.
Los que promueven esta ventolera olvidan, o nunca han sabido, que los militares cuyos nombres quieren borrar de las calles sirvieron fielmente al Gobierno de la II República Española mientras este se mantuvo dentro de los límites de la legalidad.
Los responsables de las guerras no son los que ponen fin a ellas, son los que las originan; aquellos que siembran el odio y la cizaña entre los pueblos, o lo que es más grave, entre las gentes del mismo pueblo.
Si hablamos de la Guerra Civil de 1936 lo primero que habría que preguntarse, con absoluta objetividad histórica, es ¿quién sembró la semilla de la Guerra Civil?, ¿quién predicó el odio, la lucha de clases, el anti-catolicismo en una nación de mayoría católica?
Las guerras no empiezan cuando suenan los primeros disparos, sino cuando un grupo de humanos permite que crezca en su corazón el odio hacia otro grupo.
La primera batalla de la Guerra Civil Española se libró el 11 de Mayo de 1931 cuando, ante la pasividad del Gobierno, grupos de exaltados, envenenados por un odio injustificado, incendiaron templos, conventos, residencias de religiosos y centros de enseñanza católicos, reduciendo a cenizas un patrimonio de valor incalculable, hiriendo profundamente los sentimientos de la mayoría de los españoles y alertándolos de que, a partir de entonces, la fe en sus creencias podía costarles la vida. Fue la primera señal de alarma.
Es lamentable que ahora abunden los falsos historiadores de la Guerra Civil que toman partido por una contienda fratricida que ellos no vivieron y cuyos protagonistas, ya en paz, lamentaron haber vivido.
La historia es la que es, y no se puede cambiar, aunque algunos pretendan cambiarla, y en toda guerra hay vencedores y vencidos, y la reconciliación viene cuando los vencedores ceden los privilegios de su victoria y los vencidos renuncian a su venganza, y ambos se perdonan mutuamente los errores que cometieron, porque ni los vencedores han de ser los buenos ni los vencidos han de ser los malos. Los españoles de a pie obraron la reconciliación sin necesidad de que viniera el poder a imponérsela. ¿Hasta cuándo se va a seguir incidiendo en lo mismo?
Emilio Montero Herrero