Qué ocurrió realmente en el caso Galileo

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GALILEO INSISTÍA EN QUE LA IGLESIA DEBÍA ADOPTAR OFICIALMENTE SU TEORIA DE QUE EL SOL ERA EL CENTRO DEL UNIVERSO. SE LE PROPUSO QUE LO PRESENTARA COMO UNA HIPÓTESIS MÁS, PERO EL NO LO ACEPTÓ

Galileo, después de sus observaciones, defendió el heliocentrismo, forma de concebir el universo muy antigua, pero minoritaria hasta el siglo XVI. Ya la había defendido en la antigüedad Aristarco de Samos (siglo III a. C), aunque sin gran éxito. La teoría predominante desde siempre decía que la Tierra estaba en el centro del universo y los planetas y estrellas, incluido el Sol, giraban alrededor de ella.

Esta opinión se corresponde con la experiencia diaria que tenemos todos, cuando decimos que el Sol sale y se pone. Es pues una forma de pensar fuertemente basada en la inducción y en el sentido común precientífico. Esta forma de pensar estaba recogida en la filosofía de Aristóteles y en ella se basaba también la teoría de Tolomeo, astrónomo griego residente en Egipto (siglo II), que incluía muchas observaciones del firmamento que se habían venido haciendo a lo largo de los siglos. Según la teoría tolemaica, los planetas giran alrededor de la Tierra, pero las observaciones indican que lo hacen de una forma muy irregular, de manera que para ajustarse a las observaciones hubo que ir incorporando supuestos suplementarios que iban aumentando su complicación, aunque es cierto que esta teoría, aunque muy compleja, seguía explicando bien los fenómenos observados.

Nicolás Copérnico (siglos XV-XVI) clérigo prusiano (hoy en día se le considera polaco), después de muchos cálculos matemáticos, elaboró una teoría heliocéntrica, según la cual el sol ocupa el centro del universo y la Tierra y los planetas giran alrededor del Sol. Esta teoría, que fue publicada después de su muerte, era enseñada en varias universidades de Occidente. Otra teoría que se presentó por aquella época fue la del danés Tycho Brahe, que ponía a la Tierra en el centro del universo, con el Sol y la Luna girando alrededor de ella y los planetas girando alrededor del Sol. Estas tres teorías podían explicar aproximadamente igual de bien las observaciones de que se disponía en la época. Se consideraban hipótesis, esto es, formas de explicar matemáticamente los hechos, pero no un reflejo fiel y definitivo de la realidad.

Galileo, a partir de sus observaciones y de sus cálculos matemáticos, dedujo que la teoría heliocéntrica era la única verdadera, e insistía en que la Iglesia Católica la adoptara oficialmente. Se le propuso que la presentara como una hipótesis más, pero él no lo quiso. De hecho, aunque es verdad que la teoría heliocéntrica se da hoy en día por cierta, la teoría de Galileo no era perfecta: pensaba que el Sol ocupaba inmóvil el centro del universo, que las órbitas de los planetas eran circulares (en lugar de elípticas) y defendía que las mareas se deben al giro de la Tierra sobre si misma (hoy en día se atribuyen sobre todo a la atracción del Sol y de la Luna).

En su condena influyó probablemente un carácter poco dialogante y el hecho de que por aquella época los luteranos acusaban a los católicos de no tomarse en serio lo que dice la Biblia, que habla de que el Sol se mueve en el firmamento. Así pues, su teoría no era perfecta ni era un reflejo fiel y definitivo de la realidad, cosa que él parece que pretendía, aunque si ha resultado tener razón en la tesis principal, el heliocentrismo. Dicho esto, considero que fue un error hacerle retractarse pues tampoco había pruebas que refutaran el heliocentrismo. Es un error que se ha tenido muy en cuenta en la Iglesia Católica desde entonces.

El hecho es que en la historia de la ciencia occidental y hasta el siglo XIX, prácticamente todos los científicos han sido cristianos, incluyendo el mismo Galileo. Y hoy en día, muchos científicos lo siguen siendo.

Pero no sólo la Iglesia Católica debe de aprender de su error, sino también los científicos deben aprender del caso Galileo. A lo largo de los últimos siglos han abundado los científicos que presentan sus teorías como un reflejo fiel y definitivo de la realidad, lo que entretanto la filosofía y la historia de la ciencia han demostrado que no se corresponde con los hechos del quehacer científico y del progreso del conocimiento humano, aunque si es una muestra de las debilidades de nuestra naturaleza.

Hay quien ha afirmado que una teoría científica no deja de proclamarse cuando se ha demostrado que es falsa, sino cuando mueren sus últimos defensores, reflejando el hecho de que algunos se aferran a su teoría hasta el final.

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