¿Qué cosas podemos hacer los padres para contrarrestar la natural rivalidad entre los hijos?

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– Procurar fomentar en ellos más la colaboración que la competencia.

Hacerles ver que cada persona tiene talentos diferentes, pero que no por eso uno es mejor o peor que otro: un niño puede ser un negado para la música pero muy bueno para el deporte, y no pasa nada por ello. Los hijos no deben estar siempre comparándose en todo ni compitiendo por todo. Deben procurar ir conociéndose a sí mismos y descubriendo cuáles son sus talentos y sus puntos fuertes.

Enseñarles cuanto antes a compartir las cosas comunes y a prestar las propias a sus hermanos. Deben superar el “mío,mío” y salir de su egoísmo. Es el egoísmo lo que genera infinidad de conflictos tontos entre ellos.

– Enseñarles a resolver los conflictos de manera pacífica y por la vía del diálogo. Para ello es esencial que vean que sus padres también lo ponen en práctica. Si ven que nosotros resolvemos los problemas con un par de azotes, no les pidamos a ellos que hagan otra cosa diferente…

– Si alguna vez el conflicto degenera en insultos o peleas, hay que hacerles ver lo equivocada que es esa conducta, y que la justicia exige reparar el daño causado. Para ello, el paso necesario es que se pidan perdón.

– Para evitar los rencores, nuestros hijos deben aprender desde muy pequeños que hay que olvidar los agravios que nos hayan hecho los demás y no tenerlos guardados en la memoria para echarlos en cara cuando no sintamos tratados injustamente. Lo pasado, pasado está.

En general hay que tener en cuenta que cuando dos niños discuten o se pelean, las culpas suelen estar divididas entre ambos 

Esta regla, como todas en esta vida, tiene excepciones, como es normal, pero responde a la realidad de la mayoría de los casos que nos depara la convivencia cotidiana.

En cualquier caso, es necesario que, si alguna vez hemos de actuar como jueces en un conflicto entre nuestros hijos nos tomemos la obligación de escuchar a ambas partes. De ese modo veremos cómo lo más probable sea que ambos tengan una parte de culpa.

Lo que sí hemos de tener muy claro, y dejárselo muy claro a ellos es que hay dos cosas que no podemos consentir en nuestra casa: los insultos y la violencia. Evitar la violencia siempre es más positivo que castigarles después de haberse peleado. Casi todos los hermanos alguna vez se han peleado de pequeños, pero la propia experiencia de haberlo hecho debe servirles para comprobar que ese es un camino que no lleva a ninguna parte. Esta lección es bastante sencilla de aprender para cualquier niño. La violencia es probablemente una de las cosas más feas y desagradables que existen desde un punto de vista moral, y eso es algo que la ley natural lleva impreso en los genes del ser humano. Por eso, es muy sencillo hacer ver a un niño que la violencia es mala: jugamos con la naturaleza misma del hombre a nuestro favor.

Los comportamientos violentos que vemos en tantos seres humanos son, por desgracia, un ejemplo palpable del deterioro moral de su interior. Nuestros hijos, evidentemente, están muy lejos de ese nivel. Por ello, no nos extrañemos si nuestros hijos de tres añitos alguna vez se pegan un pellizco o un tirón de pelo: eso les ocurrirá alguna vez a esas edades, pero luego esas conductas desaparecerán y no dejarán rastro alguno.

Tal vez sea en el colegio o en la guardería donde se encuentren con un niño pegón. En tales casos, hemos de enseñarles que no deben usar la violencia para defenderse. Cuando un niño pega a los demás está mostrando a las claras que tiene un problema en su interior. Puede ser porque le pegan a él, o porque tiene una autoestima muy baja, o porque desea llamar la atención, o porque no se siente querido…Sea cual sea el motivo, tal conducta delata que hay un problema de fondo que hay que resolver.

 

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