El ordenador y el móvil han tenido unos efectos inesperados en la evolución biológica del hombre. Hoy en día se puede desarrollar en ellos cualquier actividad, como jugar, hacer deporte, relacionarse con los demás, incluso enamorarse. Pero, ¿en qué se convierte la vida cuando los juegos, los deportes y nuestras relaciones personales sólo tienen lugar en una pantalla?. Analicemos, por ejemplo, jugar al fútbol. El ordenador no desarrolla los músculos, ni el corazón, ni la destreza física. Nos priva del espíritu de equipo, de los amigos y de los buenos recuerdos. Son muchas las valiosas experiencias que no viviremos. Pero el fenómeno es todavía más triste cuando hablamos de relaciones personales. Hasta las amistades peligran.
Un día que pasaba por la Plaza de la Artillería, al lado del Acueducto, vi un grupo de niños que se iban de excursión con su colegio. Era temprano. Esperaba encontrarme con unos alumnos emocionados y encantados de emprender esta aventura, pero en su lugar reinaba un silencio sepulcral. En la penumbra sólo podía distinguir siniestras siluetas alumbradas por la luz azulada de las pantallas de sus móviles, ocupadas en consultar e intercambiar mensajes con los que no estaban allí. Cada uno se encontraba enfrascado en su propio mundo, indiferente a los seres de carne y hueso que tenía a su alrededor. ¡Una pena! ¿Y eso por qué? Dicen que para mantener una “red social”… Y lo peor es que hasta en los casos en los que existe una relación real, internet sigue siendo una peligrosa competencia. ¿Quién no se ha encontrado con una imagen tristemente habitual?: ver parejas para quienes la presencia del otro es menos importante que sus contactos del smartphone.
A gran escala, podríamos decir que hoy las memorias de los ordenadores son las que suministran a un número enorme de personas sus primeras emociones afectivas y de relación, compuestas de imágenes y efectos de sonidos pregrabados y reproducidos en una pantalla artificial. De esta forma, a nadie le puede sorprender que según un estudio de la Sociedad Francesa de encuestas por muestreo, TNS-Sofres, aumente el número de jóvenes de entre 18 y 24 años que declaran sentirse solos.
Internet ofrece hoy día muchas vías de escapatoria. No necesito salir, ni exponerme. No necesito quedar, ni tan siquiera hablar. No necesito agradar. No necesito ponerme delante de nadie. Con sólo hacer un clic puedo cumplir. Pero, más tarde o más temprano, las personas están obligadas a salir del cascarón. Por supuesto, que dar el primer paso puede no ser fácil. Las relaciones personales no siempre lo son, y acercarse al otro y entablar una conversación a veces requiere una gran valentía. Implica correr un riesgo, la posibilidad de fracasar y de ser rechazado.
Ofrezco, en este sentido, el contenido del siguiente texto que encontré hace algún tiempo, y que considero muy apropiado para este asunto que tratamos: “¿Qué pasaría si la próxima vez que estuviera haciendo cola en una tienda, en lugar de mirar el móvil, entablara una conversación con las personas a mi alrededor o les sonriera?; ¿si la próxima vez que tuviera que esperar dos minutos en un semáforo en rojo, en lugar de comprobar mis mensajes, aprovechase para hacer unas respiraciones profundas?; ¿si la próxima vez que tuviera un cuarto de hora libre, en lugar de comprobar mis mensajes, aprovechase para organizar una velada especial con mi mujer?; ¿si la próxima vez que tuviera media hora libre antes de irme a dormir, en lugar de echar un vistazo a los perfiles de mis amigos, leyese una obra maestra de espiritualidad que me cambiase la vida a mí y a las personas que tengo alrededor?; ¿si la próxima vez que estuviera en el comedor de empresa, en lugar de comprobar mis mensajes, entablase una conversación con alguno de mis compañeros y me interesara por su vida?; ¿si durante los anuncios de televisión, en lugar de revisar quién me ha escrito en los últimos minutos, me levantase de un salto y me tirase a hacerles cosquillas a mis hijos y a jugar con ellos?; ¿si la próxima vez que tuviese una hora libre durante el fin de semana para relajarme, en lugar de revisar mis correos atrasados, me pusiera una música bonita y me dejase llevar por su belleza?; ¿si la próxima vez que conociese a una persona, en lugar de buscar información sobre ella en Facebook al volver a casa, apostase por la aventura y el misterio que supone conocerla pasando tiempo de verdad con ella?”. Seguro que sacaríamos cosas muy positivas.
Internet de por sí no es malo, pero las ventajas que ofrece no deben hacernos olvidar que en el mundo real es donde tenemos una vida que vivir. No podemos conformarnos con una vida semiartificial vía internet y Facebook. Desde luego, esto requiere fuerza, valor y energía, pero merece la pena liberarse.
Emilio Montero