La iglesia católica fue la iniciadora de las universidades en el siglo XIII, llamado por esa razón el siglo de las Universidades. Comenzaron con las enseñanzas de las artes liberales (el Trivium y el Quadrivium), además de los estudios de derecho canónico y teología. El Papa Alejandro XIV pudo ya citar al concilio ecuménico de Vienne, de 1312, a las universidades de París, Oxford, Salamanca y Bolonia.
Es interesante resaltar cómo en el siglo XIII, en el nacimiento de las Universidades, figuras como San Alberto Magno o Santo Tomás de Aquino, impulsaron junto con la Teología y la Filosofía el conocimiento de las Ciencias, que pasaron a ocupar un lugar en esos centros del saber. A la vez que reconocieron la legítima autonomía de las ciencias para dedicarse a su campo propio. Santo Tomás propició un equilibrio entre fe y razón y argumentaba, en la Suma contra los gentiles, que la luz de la razón y la luz de la fe proceden ambas de Dios; por tanto, no pueden contradecirse entre sí. También hay que mencionar que, en esa época, surgieron los pensadores nominalistas y los primeros racionalistas, y también las primeras rupturas entre fe y ciencia: a partir de la Baja Edad Media, tanto el nominalismo como el escotismo provocaron falta de equilibrio entre fe y razón, tanto con el excesivo voluntarismo receloso de la razón, como del racionalismo autónomo de la fe.
La Escuela de Traductores de Toledo cobró nueva fuerza en el reinado de Alfonso el Sabio, que bien merece el nombre de fundador de la segunda Escuela de Traductores de Toledo. En su tiempo, las versiones se hacen también al romance castellano y se trabajó sobre libros de caballerías, de física, química, medicina y astronomía, sin desatender los de carácter más popular y menos técnico, pertenecientes a la literatura recreativa, moral, histórica y religiosa. En este último aspecto es donde sobresalen precisamente las Cantigas de Santa María.
El prestigio de Toledo atrajo pensadores de toda Europa: “Durante todo el siglo XIII los traductores muestran especial atención a la filosofía y a las obras sapienciales que pueden relacionarse con ésta. La primera centra toda su atención desde que a principios de siglo -si no antes- descubrieron el valor de la producción de Averroes. Miguel Escoto, durante su estancia en España, tradujo varios libros de aquél y entre ellos muy probablemente el De anima y la Metafísica aristotélicas con los comentarios de Averroes, quien, para escribirlos, tuvo a la vista más de una traducción árabe. Algo más tarde, Hermann Alemán vertió la Política, y durante varios siglos fueron muchos los filósofos que accedieron al pensamiento aristotélico a través del gran Comentador” (Fidora, 2009: 256).
Otro movimiento de cultura lo protagonizaron las órdenes mendicantes, que pronto arraigaron en España. Españoles son, por ejemplo, el dominico Miguel de Fabra, primer profesor del convento de Santiago, de París, o el franciscano Gonzalo Hispano o de Balboa, que tuvo por discípulo al Beato Juan Duns Escoto. Ramón Martí, que publicó un Vocabulario arábigo – acaso el primer diccionario que tengamos de esta lengua- y el Pugio o Defensa de la fe, apologética cristiana contra los judíos, que tuvo grandes resonancias; San Raimundo de Penyafort, codificador de las Decretales, por encargo del papa Gregorio IX, y que tanto influyó en las Siete Partidas.
Entre los siglos XIII y XIV destacaron el Beato mallorquín Ramón Llull y el médico y filósofo valenciano Arnaldo de Vilanova. El primero fue un caballero medieval, filósofo y poeta, más tarde franciscano y misionero incansable, que escribió en catalán, en árabe y en latín. Entre sus quinientas obras, destaca Arte magna, el Libro de la contemplación de Dios, el Libro del Amigo y del Amado, Félix y su novela Blanquerna. Arnaldo de Vilanova redactó un tratado sobre la venida del anticristo, condenado por el papa, y varios tratados de medicina.
Con el Humanismo y Renacimiento, en los siglos XIV y XV, se puso la atención, además de en el ser humano, en el estudio de la Naturaleza, donde se desarrollaba su vida. Con los nuevos descubrimientos ultramarinos de nuevas tierras y culturas, fue avanzando la ciencia y su transmisión. El Nuevo Mundo americano, y los viajes alrededor de la tierra, conllevaron avances espectaculares en la matemática, astronomía, ciencias Naturales, etnografía, etc. Es interesante resaltar que las colecciones de documentos relativos al descubrimiento de América, están llenas de observaciones de orden científico, como, por ejemplo, la Historia Natural y Moral de las Indias, del Padre Acosta.
Precisamente los conocimientos científicos acumulados por el occidente llegaron al lejano Oriente, a través de los misioneros españoles o portugueses, como es el caso del Japón y la China, además esos conocimientos sirvieron para la conversión de muchos hombres de ciencia de aquellas tierras. También figuras como Marco Polo y los comerciantes venecianos trajeron de Oriente el papel, la pólvora, etc.
Especial mención merece San Isidoro de Sevilla y a sus Etimologías, a la Enciclopedia del saber antiguo, que pasó al mundo nuevo que se estaba creando en el nacimiento de la civilización cristiana. Dios quería que la fe y la razón caminaran armoniosamente, pues ambas proceden de su poder creador, y ese equilibrio se pierde y se recupera. Como decía Juan Pablo II: “Si la fe no se hace cultura, no es una fe plenamente vivida”.