“Una sociedad abortista se hace inhóspita. Con el tiempo, reinará la tiranía y la arbitrariedad en todos los ambientes. Es como una enfermedad infecciosa que se contagia”, afirmó Jutta Burggraf.
Tras la detención del acaudalado asesino de niños indefensos e inocentes, el peruano Carlos Morín, toda la tragedia íntima de una longeva, de 84 años de edad, ha emergido de forma vehemente.
A esta anciana, lo que más le aflige es el deliberado asesinato de su propio hijo. Sucedió hace 57 años. Entonces tenía 27 abriles. Fue metida en un chiringuito abortista. “Aquello era una pocilga, una carnicería”, afirma. El aborto se ejecutó sin ningún tipo de anestesia. Al poco tiempo se plantó, esperando un nuevo hijo, en cuatro ocasiones distintas. Todos los embarazos terminaron en abortos no deseados, por las secuelas del primer aborto al que fue encadenada. Los síntomas post-aborto la escoltan a lo largo de toda su existencia.
Por otra parte, Esperanza Puente, víctima directa del aborto voluntario y provocado, recordaba que en el libro Yo aborté se podían leer los trágicos testimonios de madres que han aniquilado a sus propios hijos a través del aborto.
El aborto voluntario crea diversas y arduas trabas de robustez física y anímica en la mujer; se despliega la crisis del estrés postraumático que evoluciona con un gran sufrimiento y temor que lleva a la depresión, incremento del consumo de alcohol y de drogas, cambios del comportamiento en la alimentación, trastornos de ansiedad, pérdida de autoestima e intentos de suicidio.
Las mujeres que abortan, miran con indiferencia la muerte de sus propios hijos. Vivimos en una cultura de la muerte, que nos rodea por todas partes con un egoísmo feroz, una violencia brutal y ningún respeto por la vida humana de un ser nonato, inocente e indefenso y que tiene un valor trascendental.
Por otra parte, en Estados Unidos el aborto emprendió su despliegue después de que el Tribunal Supremo dictaminara la sentencia “Roe vs. Wade”, en 1973. Cuando en 1776 lanzó su grito de independencia en nombre del derecho de poder abolir gobiernos despóticos y violadores de los derechos fundamentales como son la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Hoy, ¡tremenda paradoja!, convive con el aborto. Con el asesinato de niños que se encuentran en el claustro materno.
“El niño por nacer es un ser humano a partir de la concepción, y su vida debe ser respetada. Esa vida fue redimida por Cristo, esa vida es un regalo de Dios”, afirma el teólogo suizo Karl Barth.
Clemente Ferrer