La Navidad hace de diciembre un mes muy especial, nos brinda una oportunidad de oro para escapar por un instante de la tensión cotidiana y experimentar un poco de paz. Es la fiesta más popular, arraigada y alegre en cualquier lugar de la tierra. Tan entrañable, que tanto crédulos como incrédulos la celebran con igual alegría. ¿Quién, por muy escéptico que sea, no recuerda la imagen del Niño Jesús en el pesebre acompañado de María y José, calentados por el suave aliento de un buey y una mula?
La Navidad es un acontecimiento que se actualiza cada año, incluso en países no cristianos. El aspecto de las calles bellamente iluminadas, la publicidad, el adorno de las casas con su Nacimiento y el árbol, las reuniones familiares, los regalos, la gastronomía, las vacaciones escolares y la lotería, nos invitan a pasarlo bien, pero sobre todo debería ser un acontecimiento que nos moviera a la reflexión.
Lo que me pregunto es si las próximas generaciones sabrán que es lo que están celebrando. Si en los colegios no se imparten clases de religión ¿cómo sabrán quien es Jesús y por qué celebramos su nacimiento? Y es que tristemente la Navidad se ha convertido en una celebración donde Jesús, protagonista indiscutible de la misma, no ha sido invitado. Las calles se llenan de luces, pero aquel que dijo: Yo soy la Luz del mundo, está ausente. Corremos el riesgo de pasar unos días llenos de música y regalos, pero con el alma vacía, con el alma sin Dios.
En Nochebuena celebramos el nacimiento de un niño: el Hijo de Dios. Y ese día, en torno a la mesa engalanada, muchos que no son niños, pero que lo fueron, quizá repararen en la escasez de niños en nuestros hogares. Pero esto no siempre fue así, antes las fiestas de Navidad no tuvieron el predominio adulto que hoy observamos. Basta con contemplar el arte navideño de siempre, la literatura o el cine dedicado a estas fechas para ver que los niños, además del Niño Jesús, también eran grandes protagonistas. Hoy ya no es así y los hechos son inocultables. Las cifras de abortos y los datos recientemente publicados sobre nacimientos, son dramáticos en la medida en que proclaman una tendencia al parecer irrefrenable.
Esta Navidad, particularmente amenazados por dificultades de todo orden, es una gran oportunidad para reflexionar sobre los valores que acompañaron el Nacimiento de Jesús, para darnos cuenta que Dios nació pobre y humilde en la oscuridad y silencio de la noche, con la adoración de sus padres y de sus humildes acompañantes. Nos invitan, especialmente en estos tiempos de crisis, a que seamos más solidarios y compartamos con los demás.
Una de las características que sobresale en este acontecimiento, es la pobreza. Nos debería hacer reflexionar que la pobreza no debe ser tan mala como nos la pinta el materialismo actual, pues sería el mayor de los absurdos que Dios eligiera para su Hijo nacer en una cueva de una aldea perdida de Palestina sobre un pesebre de bestias.
Quizás por eso deberíamos recapacitar sobre lo que significa la pobreza cristiana. Esta virtud no es miseria e indigencia, ni hambre, ni suciedad, ni dejadez e ignorancia. El verdadero pobre es el que no se apega desmesuradamente a las cosas de la tierra, el que es sobrio, el que usa los bienes materiales con moderación y como un medio de servir a los suyos y a los demás.
Este año, tenemos de nuevo la oportunidad de entrar en los verdaderos valores del Nacimiento del Señor y de vivir estas Navidades como una vuelta a la niñez perdida. De recordar que Dios mismo en persona nació en un niño desvalido envuelto por la ternura de una madre. De celebrar la cercanía de Dios en la noche, en el desamparo, la pobreza y la humildad, en un portal de Belén donde reunirnos todos.
Feliz Pascua de Navidad, porque Dios pasará-como hace siempre- por muchos lugares y de muchas formas. Pasará por nuestra España, por las ciudades de la vieja Europa, por las casas del Líbano y de Afganistán, por los barrios de Nueva York, por los caminos de África, por los pueblos de Sudamérica…, y muy especialmente por los pueblos ucranianos. Y como siempre –como hace 2000 años- Dios pasará discreto, con un mensaje para el que lo quiera escuchar: “Paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad”.