El relativismo moral tiende a destruir los compromisos al no considerar que el valor de la fidelidad se funda en una realidad estable, que trasciende el mero deseo de la voluntad. Si el valor de las cosas cambia, los compromisos para alcanzarlas, también deberían cambiar.
Si a la relatividad de los valores le añadimos el protagonismo que se da a los sentimientos en la vida moral, nos sale una mezcla explosiva, porque ya no sólo cambian las cosas deseadas, sino también los mismos deseos.
Si fuera verdad la afirmación vulgar de que la libertad consiste en hacer lo que te pida el cuerpo, nadie sería capaz de llevar a término ningún proyecto que requiera un mínimo de fortaleza o de constancia; ni nadie sería capaz de mantenerse fiel a los compromisos. Si hiciéramos en cada momento lo que nos pidiera el cuerpo, nos meterían a casi todos en la cárcel, porque a veces el cuerpo pide verdaderos disparates. Hemos de hacer lo que nos pida la razón, y hemos de procurar que el cuerpo esté suficientemente en forma, mediante las virtudes morales, para que los sentimientos o apetitos sensitivos no sean obstáculos insalvables, sino antes bien acompañen y secunden lo que nos pide la razón.
Si libre es el que hace lo que quiere, aquél que sea capaz de llevar a término un proyecto ambicioso es más libre que aquél que sucumbe ante la primera dificultad. Los apetitos sensitivos han de estar domesticados por medio de las virtudes morales, para que no ofrezcan mucha resistencia a los proyectos de la voluntad. Quien no tenga virtudes como la fortaleza, la constancia, la magnanimidad… no será capaz de trazarse ni de lograr ningún proyecto medianamente ambicioso. De ahí que podamos decir que cuanto mayor es la virtud moral de una persona, mayor es su libertad.
¿Y por qué somos libres? ¿No hubiera sido más fácil que Dios nos programara como los animales, que siguiendo ciegamente sus instintos, cumplen fielmente con su naturaleza? La única respuesta razonable que yo encuentro es que la libertad se nos dio para amar, porque Dios quiso entablar una relación del todo singular con el hombre, una relación no de sometimiento, como la de los seres irracionales, sino de amor, y por eso inventó la libertad. De ahí que podamos decir que el valor de la libertad se refleja en el amor, en el amor a Dios en primer lugar. Desde esta perspectiva, podríamos decir que para todo lo que no sea amar, no hace falta libertad.