El desprendimiento efectivo de lo que somos y poseemos es necesario para conseguir el mayor estado de felicidad de que somos capaces. Por el contrario, el apegamiento a los bienes de la tierra nos cierra las puertas al amor y al entendimiento de lo más esencial en nuestra vida.
Ese desapego que hemos de vivir debe se real y debe estar ligado al trabajo, a la limpieza, al cuidado de la casa, de los instrumentos de trabajo, a la ayuda a los demás, a la sobriedad de vida. El mayor ejemplo que podemos encontrar es de los padres de familia con algunos hijos y sin grandes recursos económicos, que viven a diario pendientes de ellos y de conseguir su bien.
Las personas de que venimos hablando son aquellos que, teniendo bienes materiales o no, están desprendidos y no se encuentran aprisionados por ellos. Usan todas las cosas materiales como medios, pero no tienen como fin el dinero y la riqueza en sus muchas manifestaciones: deseo de lujo, de comodidad desmedida, ambición, codicia…, sino pobreza de espíritu que ha de vivirse en cualquier circunstancia de la vida.
¡Y qué fácil es, si no se está vigilante, que se meta en el corazón el espíritu de riqueza!. Si no estamos atentos a encauzar rectamente nuestros afectos, el uso de las cosas del mundo y el apego a las riquezas, nos impidirá alcanzar la caridad con los demás y seremos tremendamente desgraciados. El que se apega a las cosas de la tierra no sólo pervierte su recto uso y destruye el orden que clama en el interior de su conciencia, sino que su alma queda insatisfecha, prisionera de esos bienes materiales que la incapacitan para amar de verdad.
Hemos de recordar que el desprendimiento efectivo de las cosas supone sacrificio. Un desprendimiento que no cuesta es que no se vive. Y se manifestará frecuentemente en la generosidad en la limosna, en saber prescindir de lo superfluo, en la lucha contra la tendencia desordenada al bienestar y a la comodidad, en evitar caprichos innecesarios, en renunciar al lujo, a los gastos por vanidad, etcétera.
El corazón humano tiende a buscar desmedidamente los bienes de la tierra, si no hay lucha positiva por andar desprendido de las cosas. Porque en el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos. Incluso en nuestros días, no pocos caen como en una idolatría de los bienes materiales, haciéndose más bien siervos que señores de ellos. Siempre podemos y debemos ser parcos en las necesidades personales, vigilando la tendencia a crearse falsas necesidades, siendo generosos en la limosna, o en la ayuda a las obras buenas. Por el mismo motivo, debemos cuidar con esmero las cosas de nuestro hogar, así como toda clase de bienes que, en realidad, tenemos sólo como en depósito para administrarlos bien.
En medio de esta ola de materialismo que parece envolver a la humanidad, podemos fijarnos en ese niño pobre que nace hoy en Belén y que debe renacer de nuevo en nuestro corazón.