Seguramente, a estas alturas de la película, a nadie habrá sorprendido que en la toma de posesión del nuevo Gobierno no estuviera presente el crucifijo, un rasgo básico de los que se empeñan en denominar laicismo lo que realmente no es más que un encubierto anticatolicismo.
Dicen que se ha retirado la cruz de los actos oficiales para no ofender a los que no se sienten vinculados al cristianismo, como si la cruz pudiera insultar la conciencia de cualquier español, mientras que los pertenecientes a otras confesiones exhiben los símbolos de sus creencias sin que ningún católico español haya mostrado la menor oposición, por no considerar que la manifestación de una creencia ponga en riesgo sus convicciones.
Al contrario, exponer el crucifijo, seas creyente o no, recuerda valores civilmente relevantes que inspiran y sustentan nuestro orden constitucional. Nadie puede dudar que el crucifijo representa la entrega, el sacrificio por los demás, la tolerancia, el respeto mutuo, la estima por la persona, la afirmación de sus derechos, la libertad, la solidaridad humana, el rechazo de toda discriminación… Todos valores característicos de la civilización española y de nuestro contexto cultural, siendo muy difícil encontrar otro símbolo que se preste mejor a hacerlo.
Por otra parte, los seguidores de esa ideología, cuando llegan al poder, les encanta revisar todo lo que se refiere a la identidad católica de España.
Les fascina impulsar la indiferencia cultural y el mirar para otro lado ante el embate y marginación de todo aquello que fortalece nuestra pertenencia a un mundo de valores sobre los que se fraguó España y sobre los que se construyó occidente.
Este talante se encuadra en un contexto que cualquier observador imparcial puede advertir, en el que una abrumadora mayoría religiosa, cultural y sociológica que representa el catolicismo en España está siendo subestimada y burlada por una activa minoría progre y su bandera de lo políticamente correcto, olvidándose que creyentes y no creyentes pertenecemos a una civilización de más de 2000 años.
De esta forma, advertimos su visceralidad contra la asignatura de religión, una actitud que agrede los principios de libertad de Enseñanza, cuando tendría que ser una asignatura básica para que los niños crecieran de dentro para fuera. Porque a través de su conocimiento y estudio llegamos a comprender todo lo demás. Pero ya se sabe, su obsesión laicista lo que pretende es sustituirla con una ética que esclaviza al hombre en su mortalidad, le saca la esperanza y le vuelve manipulable en manos de la ingeniería social.
También destaca su crítica contra las subvenciones a la Iglesia. Deberían informarse de cómo se financian las iglesias en los países europeos y de cómo la enseñanza concertada ahorra al Estado muchos miles de millones de euros. Sin olvidar las obras de beneficencia. Sin Cáritas diocesana y otras múltiples ONGs habría mucha más miseria, pobreza y muchos no podrían llevarse un trozo de pan a la boca.
Sería interesante recordarles que el Cristianismo es el creador de Europa y de los grandes valores que presiden la cultura occidental, sobre todo la dignidad humana, la libertad y las garantías y derechos que preservan al hombre frente a los tiranos y el mal.
Sin el Cristianismo el hombre habría sido más esclavo y no existirían los derechos fundamentales del hombre que forman parte de la cultura moderna en Occidente, plasmados en las artes, la filosofía, el derecho y la política, elevando la cultura europea por encima de las demás.
Eso sí, se esfuerzan en introducir en nuestra sociedad una serie de verdades de fe civil que deben de ser seguidas a pie juntillas por todos los ciudadanos. Su dogma básico es que sólo compete al poder formar la opinión pública.
Si tenemos en cuenta que el 80% de los españoles se declaran católicos, mis preguntas son: ¿A los españoles católicos quienes nos representan? ¿Somos los españoles coherentes al votar a partidos políticos que están en contra de los valores cristianos?
Nuestra respuesta no está tanto en atacar lo que ellos hacen como en mejorar lo que hacemos nosotros y meditar más a la hora de elegir nuestros representantes.
Emilio Montero Herrero